La Iglesia proclama que María, al final de su vida, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo. Esto no es un adorno teológico: es el cumplimiento de la promesa de Dios a una mujer que vivió para Él y para los demás. María conoció el miedo, la pobreza, la incomodidad de huir de su tierra, el dolor de ver a su Hijo crucificado… y aun así permaneció firme. La Asunción es su victoria y, a la vez, la señal de lo que Dios prepara para todo corazón fiel.