Si colocas a Dios en primer lugar en tu vida, todo lo demás —sin falta— también se alineará para bien. Al contrario, si no te propones colocar a Dios en primera instancia, nada se alineará.
A partir de esto, cabe resaltar tres aspectos importantes:
El primero consiste en que el primogénito siempre debe ser sacrificado o redimido. Dios ofrece como ejemplo el cordero y el asno. El cordero es un animal puro, mientras que el asno no. Por tanto, el principio consiste en que el primogénito de un animal puro debe ser sacrificado, pero si es de un animal impuro, debe ser redimido con el sacrificio de un animal puro.
Jesucristo, el primogénito de Dios y primogénito de muchos hermanos, nació puro, mientras que todos los demás nacimos impuros, con naturaleza pecaminosa, a causa del pecado de Adán. Esto es fácil de comprobar con responderse una sola pregunta: ¿le tuvimos que enseñar a nuestros hijos a ser malcriados? Está claro que no, y es porque todos, sin excepción, nacimos impuros. Jesucristo, el único hombre puro, tuvo que ser sacrificado para redimirnos.
Dios siempre reitera que el primer fruto, la primera cría, siempre le pertenece. Y desde luego, se requiere de mucha fe para entregar lo primero que se recibe. Dios nunca dice: “Espera a que tu oveja produzca diez corderos para que me entregues uno”.
El segundo aspecto consiste en que las primicias siempre deben ofrecerse al Señor. Esto hace clara referencia a lo primero que produzca la tierra. Nótese, además, que la Palabra habla de “traer” y no de “dar”, y la razón es simple: nadie puede dar lo que no le pertenece, y el diezmo le pertenece a Dios.
¿Por qué Dios rechazó la ofrenda de Caín pero no la de Abel? La respuesta puede hallarse en este mismo principio acerca de las primicias. Para comprenderlo, debemos notar que la ofrenda de Abel fue primicia y la de Caín no. Dios no aceptó la ofrenda de Caín porque no podía hacerlo, Él solo puede aceptar las primicias.
Esto demuestra que, aunque parezca irónico, hay cosas que Dios no puede hacer porque no puede actuar de una manera contraria a su propia naturaleza. Por ejemplo, Dios no puede mentir porque Él, en sí, es la verdad. Tampoco puede cambiar porque Él es perfecto. Si Dios pudiera cambiar, eso implicaría en que también podría mejorar, algo imposible porque Él ya es la mejor versión posible de sí mismo. Dios tampoco puede fingir así como nosotros pensamos y a eso se debe su omnisciencia: Él lo sabe todo al mismo tiempo. La razón por la cual no piensa como nosotros es porque cuando nosotros lo hacemos es para tratar de descifrar algo; Dios, en cambio, no trata de descifrar nada: Él todo lo sabe.
Volviendo a Caín y Abel, la razón por la que no aceptó la ofrenda del primogénito de Adán es porque Dios jamás podría estar en segundo lugar, Él siempre debe estar primero, siempre será primero y único en todo momento.
El tercer y último aspecto consiste en que el diezmo siempre debe ir de primero porque le pertenece a Dios. Literalmente, el diezmo debe ser lo primero que salga de tu mano. Muchos apartan para la casa, la comida, la gasolina o la ropa, quedándose muchas veces sin entregarle a Dios lo que le pertenece. Sin embargo, aun cuando quedara suficiente para darle a Dios lo que le corresponde, Él no lo aceptaría con agrado porque solo puede aceptar lo primero, solo es digno de recibir lo primero. No obstante, no estoy hablando de una ley, sino de un principio. Hablo de tu corazón, ahí donde Dios siempre debe estar primero.