Durante los siglos XVII y XVIII unos siniestros personajes recorrían asiduamente los solitarios senderos que comunicaban diversas comarcas de nuestra geografía. Vestidos con traje talar y portando singulares amuletos, iban de pueblo en pueblo en busca de endemoniados. Eran los exorcistas ambulantes o sacadores de espíritus; personajes perseguidos por la Inquisición pero apreciados por los lugareños, a quienes ayudaban a expulsar los demonios o a acabar con las plagas que afectaban a sus cosechas.
Pero aquel oficio convivía con otros igual de insólitos, como el de los resurreccionistas, que extraían los cadáveres de los cementerios para su venta a la medicina. También surgieron entonces otros especialistas como los zahoríes, los saludadores, los ensalmadores de tormentas, los loberos, los animeros, los componedores de huesos...
Esta noche recordamos estos y otros oficios ancestrales, cuyos protagonistas, por lo general, parecían tener una profunda conexión con un mundo que ya les ha olvidado...