Estamos sin duda encadenados a los cuatro factores condicionantes, tal como la arcilla en las manos de un alfarero.

Toda forma de pensar y actuar de una persona, sus opiniones y sus gustos, están obtenidas de su entorno y condicionadas por su fundamento. 

La persona cree erróneamente que esas ideas e inclinaciones personales son fruto de su criterio y de su libre albedrío, pero no suele ser así. 

Parece ser que elegimos en libertad como queremos ser o que queremos hacer, pero en realidad no suele ser así. 

Ya que todas nuestras decisiones están probablemente condicionadas. 

Parece ser que no tenemos ninguna libertad y que estamos gobernados por poderes externos que nos obligan a ser y actuar de cierta forma. 

Esto significaría que estamos en una prisión encadenados a la pared con dos grilletes ya mencionados: el placer y el dolor. 

El uso correcto de la libertad consiste en la devoción a la Paz y al Amor incondicional.  

El término incondicional significa “sin condiciones”, y sólo eso es libertad. 

La libertad es la oportunidad para forjar nuestro propio destino y aprender las verdades espirituales inherentes que nos son esenciales.  

Estas son las que nos harán verdaderamente libres. 

Aunque el concepto de causa y efecto en cualquier situación o circunstancia se considera una ley universal y axiomática, en realidad, tal como ya nos hemos dado cuenta a lo largo de nuestro estudio, nada es lo que parece.  

Y en realidad nada es lo que parece porque todo aquello que aparenta ser no es real. 

Cambiar la actitud, darse cuenta de lo que está sucediendo, mirarlo y sentirlo, distanciarse de lo falso y aferrarse a lo verdadero, nunca juzgar ni opinar, es el camino que lleva a la inevitable disolución del karma y a la liberación definitiva. 

Hoy compartiremos cómo el Karma vuelve a nosotros una vez tras otra, para concluir que el destino de un alma al encarnar en un cuerpo físico lo determinan las decisiones espirituales y las acciones que se hicieron en el pasado. 

Tradicionalmente, la sabiduría nos ha enseñado que el ser individual, lo que percibimos como la entidad viviente, al morir transmigra y toma otro cuerpo en un ciclo habitualmente largo de nacimientos y muertes.  

Este ciclo es conocido como transmigración de las almas, reencarnación o samsa̅ra según la tradición o el contexto cultural. 

Descubrimos que tanto la felicidad como el sufrimiento los provoca el ser humano, no Dios, y está dentro de su poder experimentar el placer y la felicidad, así como poner fin al dolor y al sufrimiento.