Esta palabra, durante mi adolescencia, se convirtió en una fuente inagotable de calabazas sentimentales. En mi edad adulta, sin embargo, se iba a transformar en una de mis grandes habilidades sociales.
Yo intentaba caer bien a todo el mundo. En mi Leganés natal tuve una suerte extraordinaria. Crecí en un barrio al que llamábamos La Plaza y en ella nos juntábamos las familias de doce portales, de cuatro plantas cada uno y cuatro pisos por planta. Con una media de tres hijos por familia, echa cuentas; te sale una jauría de hijos de sus padres que abarrotábamos La Plaza cuando bajábamos a la calle a jugar.
Tuve unos amigos de la infancia que siempre llevaré en el corazón: Alberto, Raúl, el Judo, Rufi, Víctor, Albertito, Irala, Pepe Lolo, el Tocino… y seguro que me dejo alguno. Aquella era mi pandilla. Esos amigos que uno siempre recuerda, pase lo que pase. No teníamos nada que envidiar a Los Goonies o cualquiera de las pandillas creadas por el mítico Steven Spielberg.