Tras este salto al vacío que supuso el despido, había una red. La que había tejido durante los siete años anteriores y que fui creando con paciencia, relativa dedicación y un notable éxito: mi faceta como monologuista.
Aquella frase de Fátima de que mis anécdotas de la infancia se las tenía que contar a la gente, me llevó a apuntarme a aquel curso de monólogos, impartido por Velilla Valbuena, en el verano de 2008. Allí conocí a Santi, otra de esas pocas personas que me ha cambiado la vida y que es el prologuista de este libro.
Hoy es un padre de familia formal con dos niñas preciosas. Sus hijas Paloma y Cristina y por supuesto Alicia, su chica.
En aquel verano de 2008 era algo diferente. Voy a definirlo de forma que no falte a la verdad y al mismo tiempo quede elegante. Era un Fórmula 1 de la creatividad pero sin frenos. Alguien que arrasaba allá por donde pasaba. En aquel curso de una semana, yo estaba deseando que saliera a probar su texto en el que hablaba de su falta de memoria y de cuando se apuntó a “lucha grecorromana” viviendo en Estados Unidos. Suena tan delirante como el resultado de su humor. Inimitable.
Cuando terminó el curso descubrí que lo que mejor había hecho Velilla era despertar en mí el gusanillo de escribir comedia. Me había dado las pautas básicas para construir un buen texto cómico.
Cuando terminó en curso, Santi y yo decidimos continuar con aquel curso de comedia por nuestra cuenta. Quedábamos para tomar unas cervezas y leernos mutuamente lo que habíamos escrito en casa. El sitio en el que quedábamos no era una lugar con cervezas exóticas, ni un Starbucks de esos en los que ves a gente con el portátil, que se creen que por pagar cinco euros por un café van a escribir Los Pilares de la Tierra. No, nosotros íbamos a una franquicia llamada Bajo Cero, situada cerca de la glorieta de Quevedo en Madrid y que estuvo abierta un puñado de meses. Los justos para que nosotros sembráramos la semilla de nuestro debut en los escenarios y le pusiéramos, a todo ello, un nombre que hoy me sigue pareciendo maravilloso.
La evolución es siempre relativa
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