Hay heridas que cierran, pero encierran,
que guardan dentro un veneno al que no consigues hacerte inmune.
Como un golpe que no deja marca por fuera pero produce un derrame interno.
Un daño que no se cura en un año. Me rescaté, reuní mis pedazos y comencé a rehacer mi puzzle,
y entonces me di cuenta de que faltaban algunas piezas,
y de que otras se habían roto y ya no volverían a encajar jamás.
Es lo que pasa cuando te mudas de vida, de corazón, de piel.
Dejé en aquellos tejados las luces para traerme las sombras,
y por el camino me perdí más de la cuenta.
Desde ese día, en mi cama está dibujada mi silueta con tiza blanca,
POLICE LINE DO NOT CROSS.
Asesinato en primer grado,
mi cabeza la culpable,
mi corazón cómplice,
y ella imputada por premeditación y alevosía.
Mientras espero el veredicto, a diario vivo un juicio en el que soy mi peor abogado de oficio.
Llevo tan mal mi caso, que probablemente seré yo el que acabe preso, condenado a seguir en mi celda con vistas, con la piel a pan y agua,
soñando con que llegue el día en el que pueda volver a tener un vis a vis,
sin grilletes,
sin barrotes,
libre.