Llegamos al final de estos primeros doce días con el deseo ferviente de vaciarnos del espíritu del mundo, que es lo más contrario al espíritu de humilde confianza y obediencia que habita en María. Como enseñan con su vida los santos, queremos vivir sólo haciendo lo que más alabe y sirva al Señor.

¿Quién puede estar seguro cumplir todos sus propósitos? ¿Quién dará palabra de perseverar hasta el fin? San Luis María nos enseña a desechar esa tentación y a ocuparnos de ser fieles AHORA y pedir a la Virgen que ruegue por nosotros a LA HORA DE NUESTRA MUERTE. Todo es gracia, y todo nos viene por medio de María.

Vamos apurando los días preliminares, donde queremos arrojar de nosotros el espíritu mundano, opuesto a la entrega a Dios, y acoger el Espíritu Santo por medio de María, espíritu de humilde servidumbre, que nos llenará de alegría y nos hará verdaderamente libres.

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En este octavo día y mañana, noveno, contemplaremos el capítulo 13 del libro I de la Imitación de Cristo, para estar atentos a las tentaciones del enemigo que quiere hacernos desistir de la obra de nuestra santificación.

Queremos ser santos: aprendamos en la escuela de los santos.

En este día seguimos animándonos a ser santos con el ejemplo de los santos. Si miramos la inmensa mayoría de tibios, nos conformaremos con lo menos, pero en la escuela del Corazón Inmaculado de María, queremos ser todo de Dios, "alabanza de su gloria".

Seguimos desechando de nosotros todo espíritu mundano, que es espíritu de vanidad y gloria falsa, para poder acoger el espíritu de María, que espíritu santo de agradecimiento y alabanza a Dios.

En este tercer día contemplamos el evangelio de Mateo 7, 1-14: el Señor nos invita a no seguir el espíritu del mundo, que juzga y condena a los demás y nos induce a criticar a los demás, creyendo que no tenemos defecto nosotros. Pedimos el Espíritu Santo para darnos un corazón grande que perdone y disculpe a los demás y nos exija a nosotros.

En este segundo día, san Luis nos invita a considerar el espíritu de perfección cristiano, que nada tiene que ver con las apariencias, sino con el espíritu de hijos, y no de siervos. Meditamos el evangelio de Mateo 5, 48-6, 15.