Nos encantaria Saber de ti y tu experiencia con palabras de Bendicion, envianos un mensaje de texto
Hay historias que nacen en lugares donde el alma tiembla… donde el miedo parece más grande que la esperanza. Historias que no escogen el día ni la hora para tocar la puerta, pero que cambian la vida para siempre.
Hoy quiero contarte una de esas historias.
Mi historia.
La historia de una madre y su hijo… y de un Dios que nunca abandona.
Hubo un tiempo en mi vida que jamás imaginé vivir. Días en los que veía a mi hijo pasar por procesos de enfermedad que desgarraban mi alma. No eran noches fáciles. No eran diagnósticos simples. Eran momentos que te hacen cuestionar todo… momentos donde el dolor te acorrala.
Recuerdo estar sentada en una sala fría, mirando a mi hijo, sintiendo cómo la desesperación me empujaba a un vacío que no sabía cómo llenar.
Y fue en ese lugar —justo ahí— donde también descubrí la fuerza que no sabía que tenía.
En uno de esos días, cuando más necesitaba apoyo, miré a mi alrededor… y no había nadie. Personas que pensé que se quedarían, desaparecieron. Las manos que creí que se extenderían para sostenerme, nunca llegaron.
Y me encontré sola, sin recursos, sin dinero, sin fuerzas. Pero entre todo lo que perdí… hubo algo que jamás se apagó:
Mi fe en Dios.
Porque cuando el mundo se queda en silencio, la voz de Dios se escucha más clara. Cuando la gente se va, Dios se queda, Cuando el miedo te paraliza, Él te sostiene.
Cada día me aferré a una sola verdad:
“Dios tiene un propósito con mi hijo, y Él lo cumplirá.”
Y en mi angustia, Dios fue mi refugio, En mi cansancio, Dios fue mis fuerzas.
En mis lágrimas, Dios fue mi consuelo, En cada paso incierto, Él se convirtió en mi certeza. No tenía dinero, no tenía recursos, pero tenía algo que el cielo reconoce: una fe desesperada pero firme.
Una fe que clama aun cuando la voz tiembla.
Una fe que se aferra cuando la mente dice “no hay salida”.
Y esa fe, esa pequeña llama que cuidé con mi propio dolor, fue la que me sostuvo.
EL MILAGRO NO SOLO FUE PARA MI HIJO… FUE PARA MÍ
Dios comenzó a abrir puertas que yo no imaginaba, a mover corazones, a proveer de formas sobrenaturales.
Sanidad, provisión, fuerzas…
COMENZO A MOBILIZAR UN EJERCITO DE HOMBRES Y MUJERES CON CORAZONES INTERCESORES DISPUESTOS A ORAR EN TIEMPO Y FUERA DE TIEMPO SIN RESERVAS, SIN JUSTUFICACIONES AQUELLOS QUE SIEMPRE ESTAN DISPUESTOS A ACUDIR AL LLAMADO DE DIOS
Y Fue entonces cuando Dios se manifestó.
Hoy mi hijo es testimonio vivo de que cuando Dios tiene un propósito, nada puede detenerlo.
Pero también entendí algo más profundo:
Dios no solo sanó a mi hijo…
Dios me sanó a mí.
Me enseñó a confiar, a esperar, a creer aun cuando todo decía “es imposible”.
Me enseñó que una madre con fe es una guerrera celestial.
Madre que me escuchas… Quizás estás llorando en silencio, Quizás estás cansada, desgastada, con miedo, Quizás sientes que la gente se alejó, que no tienes recursos, que la carga es demasiado pesada…
Pero hoy quiero hablarte desde mi propia herida convertida en victoria:
No estás sola.
Dios está contigo, incluso si no lo sientes.
Él cuida a tu hijo más de lo que tú misma puedes cuidarlo.
Él está trabajando incluso cuando tú estás llorando.
Él está obrando aun cuando tú no ves nada.
Y lo que hoy te duele, mañana será testimonio.
Lo que hoy te rompe, mañana te hará más fuerte.
Lo que hoy te roba el sueño, mañana te hará levantar tus manos y decir:
“Dios estuvo aquí… y nunca me soltó.”
Salmos 46:1 – “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio
Palabras de Bendicion