En este intenso pasaje, Juan Antonio Cebrián nos transporta a la Guerra de Crimea (1853–1856), un conflicto donde las potencias europeas —Reino Unido, Francia y el Imperio Otomano— se enfrentaron a la Rusia de los zares por el control del Mar Negro y el equilibrio de poder en Europa.
Un campo de batalla internacional
Cebrián relata cómo la península de Crimea se convirtió en el epicentro de la contienda, con asedios, enfermedades y crudeza bélica que dejaron al descubierto las deficiencias de los ejércitos de la época, tanto en logística como en atención sanitaria.
El mito de la caballería británica
El episodio más recordado del conflicto es, sin duda, la Carga de la Brigada Ligera, ocurrida el 25 de octubre de 1854 en la Batalla de Balaclava. Un error de comunicación llevó a que una fuerza de caballería británica, ligera y mal equipada, cargara frontalmente contra la artillería rusa. El resultado fue devastador: una matanza inútil, pero envuelta en un halo de heroísmo que la convirtió en leyenda.
De la tragedia a la poesía
A pesar del desastre militar, la valentía de aquellos jinetes fue inmortalizada en la literatura, especialmente en el poema de Alfred Tennyson, que dio a la Carga una dimensión épica. Cebrián nos recuerda cómo la épica y la locura se entrelazan en la historia militar, dejando huellas que superan la realidad de los hechos.
El eco de una guerra olvidada
La Guerra de Crimea, a menudo relegada en la memoria colectiva, también fue un punto de inflexión: puso de relieve la necesidad de modernizar los ejércitos, inspiró avances en medicina militar gracias a figuras como Florence Nightingale, y dejó cicatrices que marcaron el devenir de Europa.
Un pasaje vibrante que nos recuerda cómo un error puede convertirse en mito, y cómo la valentía de unos pocos caballos al galope sigue resonando en la historia.