Un obstáculo que surgió y que podía entorpecer la labor de la reconstrucción de los muros, fue la usura que se estaba cobrando a quienes pedían prestamos de dinero y de grano. Dentro de Israel, si alguna persona llegaba a la pobreza, podía vender o hipotecar sus tierras. Si no podía pagar, podía venderse a la esclavitud (servidumbre). Pero cuando se dio esta ley, no había que pagar impuestos a un reino extranjero. La gente que había caído en esta lamentable situación, no estaba siendo capaz de pagar los impuestos y las deudas, y por lo tanto estaban perdiendo sus tierras, y a sus hijos que ahora eran esclavos. Hablaron con Nehemías, quien estaba actuando como gobernador. Él meditó en el asunto, reflexionó sobre el tema, y luego se enojó. Si Dios los había sacado del cautiverio en Babilonia, ¿por qué ahora tenían que ser cautivos de sus propios "hermanos"? El siguiente paso fue hablar con los ricos en privado; pero cómo al parecer no hubo respuesta, Nehemías citó a una asamblea, y trató el tema. El punto era que los ricos no deberían cobrar intereses del dinero prestado. No podían aprovecharse de la desgracia de sus hermanos. Y eso era exactamente lo que estaba ocurriendo. Todos los ricos prometieron no hacerlo más. Nehemías sacudió sus vestidos, y les dijo que Dios haría lo mismo con quienes siguieran cometiendo este pecado. Pero lo interesante de este relato, es que nos dice que Nehemías, durante los 12 años que sirvió como gobernador, teniendo derecho a cobrar su sueldo de sus hermanos, no lo hizo. Él también participó de la reconstrucción de los muros de Jerusalén. Y él alimentaba a muchos funcionarios de la corte. Pero aún así no hizo uso de su derecho, para no sobrecargar a un pueblo que estaba luchando por levantarse. Por eso el termina su testimonio con una oración: Señor, acuérdate de mí y bendíceme. Dios siempre va nos va a bendecir si disponemos nuestro corazón para hacer el bien. No caigas en la trampa de querer enriquecerte a costas de la desgracia de otros. Que el Señor te bendiga.