¿Por qué alzamos la voz cuando discutimos?
Cuando nos enredamos en debates candentes, es sencillo caer en la trampa de alzar la voz. Sin embargo, investigaciones demuestran que este acto, en lugar de persuadir, resulta ser una estrategia ineficaz.
Según Vanessa Bohns, catedrática de la Universidad Cornell, el grito es un reflejo de nuestra inseguridad en cuanto a nuestra capacidad para influenciar a otros. Paradójicamente, mientras tendemos a mostrar una confianza excesiva en nuestras propias creencias, cualidades y habilidades, estudios indican que subestimamos cuánto agradamos a los demás y cuán receptivos están a ser persuadidos.
Bohns nos desvela que esta tormenta perfecta nos empuja hacia el grito: creemos tener la razón, pero no estamos seguros de si seremos escuchados, así que elevamos nuestra voz en busca de atención.
Múltiples estudios respaldan esta realidad. Gritar disminuye las posibilidades de ser escuchado, especialmente si ya existe desacuerdo. En contraste, tácticas más suaves resultan más efectivas. En lugar de vocear datos, Bohns sugiere señalar contradicciones entre lo que alguien dice y lo que hace. Formular preguntas para estimular el pensamiento y el compromiso es la clave.
Por ejemplo, si un amigo afirma preocuparse por el medio ambiente, pero conduce un SUV derrochador de gasolina, notamos la desconexión. Preguntar qué les lleva a priorizar la conveniencia sobre la sostenibilidad es una manera de abordar su postura sin entrar en confrontación.
La clave radica en lograr que alguien articule y reflexione sobre su posición, en lugar de bombardear con la propia perspectiva. A pesar de lo frustrante, el grito suele poner fin a la conversación.