El ayuno es un acto de consagración, un paso en fe para acercarnos a Dios mediante la abstinencia de alimentos u otras cosas que consumen nuestro tiempo. Nos enfocamos en lo espiritual, en la oración y en la lectura de Su Palabra. Este es un sacrificio de amor y devoción hacia el Señor, donde buscamos renovar nuestra relación con Él, buscando Su guía, Su fortaleza y Su voz. Practicar el ayuno también es una forma de estar avivados. Pablo anima a Timoteo diciéndole: “Aviva el fuego del don de Dios, que está en ti” (2 Timoteo 1:6). El avivamiento nos llena de pasión, y lo opuesto a la pasión es la pasividad. Cuando estamos pasivos, nuestra vida espiritual se estanca, y dejamos de ocuparnos de las cosas de Dios como compartir Su mensaje, servicio, etc. Necesitamos ese fuego del Espíritu Santo que nos impulsa a actuar. Dios puede usar cualquier cosa que esté en tus manos para hacer grandes cosas. Lo importante es que estemos disponibles y dispuestos a ser usados por Él.