En el pasaje de las Escrituras de hoy, el Apóstol Pablo habla de la vida que sigue al Espíritu Santo y la vida que sigue a la carne. Tenemos ambas tendencias, ¿verdad? Sin embargo, lo que más deseamos los justos es dar el fruto del Espíritu Santo en nuestras vidas. Está escrito: «Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley» (Gálatas 5, 22-23). Los frutos del Espíritu son 9 y el Señor quiere que siempre produzcamos estos frutos en nuestras vidas. El Apóstol Pablo llamó a los deseos de la carne «las obras de la carne», y a los deseos del Espíritu Santo en nuestros corazones los llamó «las obras del Espíritu». Pablo dijo que las obras de la carne son: «Adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas» (Gálatas 5, 19-21). Estas son las obras de la carne. Por el contrario, los frutos del Espíritu Santo provienen de Dios y no son una obra. Nuestro Señor Dios vive en nuestros corazones en la persona del Espíritu Santo y nos hace producir los frutos del Espíritu.