Hacer planificación en una empresa no tiene nada que ver con la estrategia. Es más: planificar no es tener estrategia.
Lo que te voy a decir puede sonar un poco extraño: la mayoría de los planes estratégicos… no tienen nada de estrategia. ¿Por qué? Porque se confunden con sistemas de planeación.
El problema es que si confundes una cosa con la otra, vas a terminar trabajando muchísimo —lo cual no está mal—, pero trabajando en lo que no es. Y cuando trabajas en lo que no es, te quedas atrapado en una rueda interminable, como esas de hámster, corriendo y corriendo… pero sin avanzar.
Seguro conoces a alguien que vive pedaleando así: haciendo planes perfectos en Excel, paso uno, paso dos, paso tres, asignando recursos… pero que en realidad no avanza.
Si ya tienes a alguien en mente, compártele este episodio. Le vas a ahorrar tiempo, frustraciones y quizá le ayudes a salir de ese estancamiento.
Ahora, planificar es simple. Todos lo conocemos: listas de tareas. Abrir una nueva sede, lanzar un producto, contratar más gente, pintar la oficina, comprar vehículos, reabastecer inventario, mejorar la atención al cliente. Listas.
Pero nada de eso garantiza que ganes en el mercado.
Y aquí te suelto algo fuerte:
Hay dos cosas terribles en una empresa.
La primera, hacer muy mal lo que deberías hacer.
Y la segunda, hacer muy bien lo que no deberías hacer.
Ambas son igual de dañinas.
Cuando solo tienes actividades sueltas, sin una lógica estratégica detrás, juegas en un terreno que no es el tuyo, con reglas que tú tampoco definiste. Y eso es lo que mata empresas. No es la falta de acción —porque seguro tú accionas todos los días—, es la falta de estrategia.
El mundo te grita: trabaja más, haz semanas de 100 horas, acepta el reto de los 30 días. Pero todo eso no sirve de nada si no hay una estrategia clara.
Planificar es cómodo porque tú lo controlas. Tú decides el plan, las actividades, cuántas oficinas alquilar, a cuánta gente contratar, cuántos productos fabricar. Pero la estrategia es incómoda, porque no la controlas tú: depende del cliente, y de que el cliente te elija a ti antes que a la competencia.
Y claro, eso da miedo. Por eso la mayoría de gerentes se quedan planificando… mientras uno de sus competidores está diseñando cómo ganarles.
Déjame ponerte un ejemplo. Todas las aerolíneas de Estados Unidos estaban peleando por lo mismo: abrir rutas, comprar aviones, remodelar aeropuertos. Y mientras tanto, una pequeña empresa en Texas —Southwest Airlines— decidió no ser una aerolínea más.
Su estrategia era clara: ser la alternativa al bus. Vuelos baratos, convenientes, de ciudad a ciudad, un solo modelo de avión, nada de comidas, reservas solo en línea. Resultado: menores costos que cualquiera y más pasajeros que todos.
Eso es estrategia: definir dónde juegas, cuáles son las reglas y cómo vas a ganar.
Y aquí hay dos verdades que debes aceptar:
La estrategia siempre da ansiedad, porque no la puedes probar antes de lanzarla. Y está bien. Eso no te hace mal gerente, te convierte en líder.
Una estrategia clara cabe en una página. Southwest la resumía en una tarjeta de presentación: “Ser la alternativa al bus, con precios bajos y conveniencia.”
Entonces, ¿qué tienes que hacer tú?
Escribe tu estrategia en una página.
Define tu teoría para ganar: ¿qué te haría exitoso ahí?
Alinea todas las acciones de tu empresa a esa estrategia.
Acepta que el riesgo es que decide el cliente, no tú.
Mide y ajusta constantemente.
Recuerda: la estrategia no es un evento, es un viaje. Puedes seguir llenando hojas de Excel y PowerPoints, o decidir dónde vas a jugar, cuáles son las reglas y cómo se gana.
Los que solo planifican terminan cansados y perdiendo. Los que apuestan con una estrategia clara, pueden pensar en grande.
Ahora dime tú: ¿cómo está tu estrategia?
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