El beso que se da siempre regresa, a nuestras manos, a nuestra boca, a nuestros labios, a ese instante detenido en el tiempo en el que dos cuerpos, dos deseos, dos latidos y dos almas, se unen para hacer eterno el momento de los ojos cerrados y las sensaciones abiertas. El beso que se da, nunca se olvida, habita cada rincón hasta besar las esquinas del último suspiro en blanco.