Por: Omar Olazábal Rodríguez
Desde enero se suceden, una tras otra, teorías y opiniones, memes y cuasi-tratados sobre la malignidad que acompaña al año 2020. Cábalas, profecías del siempre recurrente Nostradamus, la conjugación de las cifras del año, los días y los meses, año bisiesto, en fin, todo un reto para el esoterismo globalizado. Y cada suceso negativo es vinculado automáticamente a esos designios del destino. Ya nos pasó en el 2000 y el 2012. Así está ocurriendo con la pandemia del Coronavirus, que tanta desgracia ha traído a nuestro mundo.
Voy a comenzar diciendo que el 2020 hasta ahora se está mostrando maldito. Tiene que serlo cuando cada día siguen muriendo seres humanos a consecuencia de un nuevo virus. Es cierto que podría haber ocurrido en cualquier otro año, pero nos ha caído en éste. Y su rápida y mortal dispersión tiene que ver, de manera directa, con los movimientos humanos en un mundo ya tan conectado, que ha provocado en algunos políticos la errónea y malsana idea de que solo poniendo muros podrán cerrarse las fronteras. Y de los muros se burló también el COVID 19. No hay freno total salvo la rápida elaboración de una vacuna que prevenga su completa difusión.
Los países ahora cierran sus fronteras. El tráfico aéreo y marítimo ha sido llevado al mínimo indispensable para una economía interdependiente. Los héroes del momento, pues al parecer antes no lo eran, son los médicos, enfermeros y enfermeras, y todo el personal dedicado a salvar vidas en tan angustioso momento. Una de las más grandes lecciones de esta pandemia es que debemos tratar siempre a esas personas como merecen. Cuidarlas y protegerlas, pues su heroísmo es diario. Se hace épico en momentos como éstos, pero cada día de cada año dan su sudor, y muchas veces su vida, por salvar a otros.