Los romanos fueron capaces de fabricar una flota sin experiencia alguna y además ser originales para transformar una batalla naval en terrestre. Es decir, consiguieron pelear en el ambiente en donde ellos se sentían superiores, aunque fuera sobre las cubiertas de las naves de guerra.
Los ciudadanos estuvieron a la altura y no sólo se esforzaron en la construcción de esa flota inicial, sino que cuando se agotó, los romanos pudientes costearon otra para seguir la guerra contra Cartago. Los oligarcas cartagineses, apegados a los beneficios a corto plazo de sus negocios, no supieron o no quisieron hacer el mismo esfuerzo y lo pagarían muy caro.
Los reyes del mar, que no podían con esos romanos a pesar de que no se habían subido a una embarcación en su vida, no debían salir de su asombro. Y más aún cuando conocieron el episodio de Régulo, el cónsul romano hecho prisionero por Cartago al que enviaron como hiciera Pirro con Cineas a negociar la paz con el juramento de volver a prisión si no se firmaba el tratado. Otro que volvió.
Las Guerras púnicas se iniciaron en el 265 y se extendieron durante dos siglos. ¡Como si hubieran durado una eternidad!