Un alma en Cristo https://unalmaencristo.my.canva.site/redessociales 🎧 Audio 14 📕 Libro II Un alma en Cristo 20 de marzo de 1989. Lunes Santo 𝔼𝕟 𝕖𝕤𝕥𝕒𝕤 𝕗𝕖𝕔𝕙𝕒𝕤 𝕤𝕖 𝕣𝕖𝕔𝕣𝕦𝕕𝕖𝕔𝕖 𝕞𝕚 𝕒𝕘𝕠𝕟í𝕒 Me ha pedido que escriba. La angustia atenaza mi corazón. Siempre en estas fechas, en las que se celebra mi Pasión, mi Corazón sangra más abundantemente por mis hijos; los que no podré salvar, los que permanecen sordos a mi voz, que incansablemente les grita sin cesar. En estas fechas, cuando se recrudece mi agonía, necesito corazones que me amen, refugios de amor para mi dolorido Corazón. Ven, ven, mi pequeña, que necesito decirte cuantos sufrimientos me habéis costado. La mayoría sabéis cuánto sufrí, pero hay detalles que se han escapado y que hirieron muchísimo mi pobre Corazón. Habla mi pequeña, di: ¿qué me quieres preguntar? Yo, Padre mío, quisiera saber por qué de todos los misterios el que más me llega al alma es el cuarto misterio doloroso del Santo Rosario: cuando cargaste con la Cruz. Siento en este misterio tanta pena… Tu sufrimiento enternece mi Corazón, que lo recoge con amor. Es cierto que es el misterio en el cual mi pequeña más sufre. Se une a mi dolor de entonces y me guarda en su propio corazón. Bien, hija mía, en este misterio es donde más sufrí. El del Huerto de los olivos fue entrega, fue dolor de alma por tantos hijos desventurados que se perderían. El de los azotes, dolor del cuerpo joven que no se doblega al sufrimiento y quiere vivir. El de la corona, dolor físico desgarrador e inhumano. El de la Cruz, fue agonía del cuerpo y del alma. Te explicaré. Sin fuerzas humanas, mi cuerpo ya quería morir. La vitalidad había huido como por arte de magia. Ya no me podía poner de pie. Era sólo eso: un verdadero suplicio. Pero más suplicio era ver las miradas de odio de aquellos que vine a salvar; la negación de Pedro me abofeteaba el rostro; los insultos me dolían en el alma y el odio de mis verdugos, que disfrutaban golpeándome, insultándome. Y el mayor tormento fue cuando me encontré con mi santa Madre. Su dolor era tan intenso, tan desgarrador, que mi alma se partió en dos. Quería gritar al Padre, que parecía haberme abandonado, a mí y a mi santa Madre. Quería entonces usar mi poder y destruir a aquellos que se ensañaban conmigo y a Ella la hacían sufrir tanto. Quería tenerla en mis brazos y decirle: «¡Madre, Madre mía!» Pero debía callar, debía beber hasta la última gota del cáliz. Ver en ese estado a mi santa Madre fue para mí uno de los mayores tormentos de mi Pasión. ¡Cómo pesaba la Cruz! Y la llaga de mi hombro ¡cómo dolía! Mis pies, indecisos, no me sostenían. Quería morir ya. ¿Hasta cuándo duraría todo aquello? Era interminable, no se acababa. Veía a aquellas almas negras por el odio y el pecado. María Magdalena, valiente, me seguía a corta distancia hasta que vio a mi Madre, que venía con María la de Cleofás. La tenían que sostener. Verme en aquel estado, la mortificó tanto que, desde ese momento, su rostro era el de la Madre dolorosa. Sus labios apretados no se quejaban y en sus ojos, vivos, había la imagen de su Hijo atormentado. Desde ese momento me siguieron; ya no se apartaban de mí. A corta distancia yo los podía más bien adivinar, pues la sangre y el sudor que manaban de mi pobre cabeza, me cegaban. No veía a nadie. Solo, rodeado de odio, mis oídos sentían las burlas. Mi espalda, llagada por los golpes que recibía, uno tras otro. Las carcajadas eran la música que me rodeaba. Grupo María Auxiliadora (1989). Un alma en Cristo Libro II