Mt 11, 20-24 • El día del juicio les será más llevadero a Tiro, a Sidón y a Sodoma que a vosotras.
En aquel tiempo, se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho la mayor parte de sus milagros, porque no se habían convertido:
«¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, cubiertas de sayal y ceniza. Pues os digo que el día del juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo. Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti, habría durado hasta hoy. Pues os digo que el día del juicio le será más llevadero a Sodoma que a ti».
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Este hombre es verdaderamente un elemento.
En apenas unos minutos ha revolucionado la plaza. ¡Tan escandaloso!
Le he visto hacer eso que llaman "milagros", pero ya mi marido me ha dicho que desconfíe de él. Eleazar - mi marido - es sacerdote en Cafarnaún, y sospecha que el nazareno hace esos trucos ¡con ayuda del maligno!
Lo escucho recriminarnos: "Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo."
¿¡Cómo se atreve!? Rodeado de pecadores públicos y mujeres de mala vida, ¡que podrá decir él!
Miro de lejos, porque no quiero ni que me vean con él y sus discípulos...
De pronto veo a mi pequeña Sarah a sus pies. ¡Me hierve la sangre! La llamo corriendo sin que me vea la gente.
Le digo que no se acerque más a ese hombre, y ella me dice que no entiendo nada. ¡Niña insolente!
Me ase del brazo y me señala a Moshé, el ciego que siempre se sienta en las escaleras de la sinagoga, pero ¡ahora ve!
Me asusto. Conozco a ese joven y era ciego de nacimiento.
"¿Por qué sanaría si no es bueno?" me pregunta mi pequeña.
Me vuelve a señalar, esta vez a los hijos de Yosef, ¡juntos! ¡Pero si llevan sin hablarse décadas!, desde que su madre falleció.
Vuelvo la mirada a la multitud. Hay sacerdotes que lo escuchan, pero no son de aquí, diría que de vienen de Jerusalén, reconozco a algún discípulo de Nicodemo, y hasta los romanos parecen ponerle atención.
Pero mi marido me dijo...
"¡Mamá, quédate a escucharlo! Es un hombre bueno". Sarah se abraza a mi falda, y le acaricio el pelo.
Vuelvo a mirarle: sus palabras son duras, pero su gesto es amable. Los que están con él lo aman. ¡Y cuántas viudas y niños! Los ha cautivado a todos.
Sarah me arrastra hasta el centro de la plaza, y me siento con ella y sus amigos en un escalón.
Entonces me mira.
No sé explicarlo, pero su mirada me atrapa por completo. No hay más que belleza en ella. Bondad, inocencia.
Me sonríe, y yo... yo no entiendo nada.
Eleva los ojos al cielo y comienza: «Padre, te doy gracias...».