Mt 5, 27-32 • El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero.
"Habéis oído que se dijo: 'No cometerás adulterio.'
Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón.
Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna.
Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya a la gehenna.
"También se dijo: 'El que repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio.'
Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete adulterio.
-----------------
Llevas horas hablando a una multitud enorme, Jesús, no entiendo como el cansancio no se te nota, yo mismo me he distraído.
Vuelvo a tus palabras y te escucho hablar del deseo. Te sigo prestando atención y entiendo cada vez menos. ¿Cómo quieres que me saque un ojo, cuando pocas veces tengo control de lo que veo? ¿Cómo esperas que me corte una mano y pueda trabajar así para tu reino o al menos para ganarme el pan? No te entiendo. Muchas veces no te entiendo y esta es una de ellas.
Aunque miro a mi alrededor y varios de mis hermanos tienen la misma mirada perdida que tengo yo.
Me quedo pensando en el deseo. Esa palabra. "Quién la desea ya cayó en su corazón".
¿El deseo nace en mi interior? ¿Tan fuerte es?
Yo no sé si tengo control sobre mis deseos.
¿Qué es aquello que verdaderamente deseo?
Vaya. Me miro constantemente a mi mismo, ensimismado, y esto que debería saberlo no lo sé. ¿Qué deseo habitan dentro de mí? Porque tienen el poder de cambiarlo todo.
De repente ha llegado algo de claridad. Tu boca se ha llenado de palabras poderosas y un mensaje muy directo.
No te podías quedar indiferente.
Con ellas quieres apartar el mal de mi cuerpo y que llegue el mayor bien a mi alma. Y, ¿cómo no querré eso yo también? Me invitas, Maestro, a adentrarme en lo más profundo de mi corazón, a abrírtelo y ponerlo a tu disposición.
Me invitas a que esos ojos, esas manos que me han ocasionado tanto pecado, sean lavadas.
Me invitas a amar sin medida, a ver, no con los ojos de mi cuerpo, sino con los de mi alma.
Porque, ¿de qué otra forma podría amarlos verdaderamente?
...
Han pasado ya unas horas aquí en el Monte y esta plenitud de la que hablabas sigue resonando.
Maestro, han calado tanto que me exigen una radicalidad nueva, distinta. Al principio me cuesta aceptar, pero te veo, te escucho, te amo y, aunque no siempre te entienda, siento como mi corazón se conmueve.
Quizás esto es un deseo nuevo que nace. Eso es lo que pides de mí, ¿no? Que me entregue, que suelte todo lo que me ata a este mundo terrenal, y que busque amar sin medida.
Que vea a cada mujer, a cada hombre, a cada niño y a cada anciano como nos ves Tú a nosotros. Que nos quitemos los ojos que sólo ven con pecado y que purifiquemos la mirada; que nos cortemos las manos para poder verdaderamente fundirnos en un Abrazo.
Me llena una nueva valentía, o por lo menos una extraña certeza que pocas veces siento al escucharte, una certeza de que esto es lo que me quieres decir, a mí por lo menos. No hay espacio para las aguas tibias ni para las medias tintas.
Me nace este deseo nuevo, un deseo de vivir radicalmente, soltando todo aquello que me limite de seguirte fielmente.
Así podré sacarme los ojos que me hacen mirar únicamente para mi deseo, y podré quitarme las manos que me han hecho perderme; y ciego y manco en este mundo, siendo el último entre los últimos, podré alcanzar el amor que me has prometido. Todos los días.