Bienvenidas y bienvenidos a "Acercándonos a Escuchar", un espacio donde la música se convierte en un puente para conectar culturas, épocas y emociones. Exploramos cómo los sonidos transforman nuestra percepción y nuestra relación con el mundo.
Este podcast es una iniciativa de la Casa de las Artes, de la Dirección de Vinculación con el Medio de la Universidad Austral de Chile, sede Puerto Montt. Creemos firmemente que cada nota y cada ritmo son caminos hacia algo más grande: un espejo de nuestra humanidad compartida y de las historias que nos unen.
Chavela Vargas no solo cantó rancheras; las desafió, las reinventó y les imprimió su propia verdad.
Nunca jugó con muñecas. Desde niña prefería escaparse en las noches a bañarse desnuda al río y hacer galopar a los caballos que no le pertenecían. Muy feliz era cuando podía escuchar serenatas, sin importarle que la recriminaran los vecinos porque no era la hora para estar fuera de casa.
Había nacido un 17 de abril de 1919 en Costa Rica, siendo bautizada como María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano.
A los 17 años se marchó para México. Como la pobreza seguía siendo eterna acompañante, debió hacer cualquier trabajo para sobrevivir. Se cansó de que los patrones intentaran manosearla y se fue a cantar a las calles. Luego a los bares. Como tampoco soportó que en ellos los hombres pretendieran ponerle las manos encima, entonces se consiguió un revólver. Cuando fue necesario, demostró que sabía usarlo.
Llamándose Chavela Vargas, cantaba rancheras, género musical mexicano dramático, apasionado, donde las mujeres son las únicas culpables de los desamores y la traición. Su ronca y seductora voz la hacía acompañar de una guitarra. Llevaba pantalones, cuando las mujeres no se atrevían. Fumaba tabaco y empezó a tomar tequila por litros. No le faltaba un poncho, ojalá rojo.
En una de esas noches de farra y trabajo la encontró José Alfredo Jiménez, la estrella más grande de la ranchera. Ella tenía como 30 años. Además de volverse compadres de parrandas, él la ayudó a salir de los bares populares. La contrataron para actuar en el hotel más lujoso de Acapulco, y ante sus ojos empezaron a desfilar las principales figuras de Hollywood. En febrero de 1957 debió cantar en la boda de la actriz Elizabeth Taylor. La llamaron para que actuara en series de televisión y películas. A ella se fueron acercando Picasso, Pablo Neruda, Federico García Lorca y Gabriel García Márquez.
Tras el consumo de alcohol que la obligó a salir de escena, en 1991 reapareció cantando en un bar de mujeres intelectuales. Su voz seguía casi igualita. Un día el cineasta español Pedro Almodóvar la encontró y la invitó a cantar “Luz de luna”, en su película “Kika”, vestida con su poncho rojo y negro. Chavela volvió a la vida. Dijo que se había “escapado de una prisión de amor y de un delirio de alcohol”. Almodóvar la llamó “la voz áspera de la ternura”.
Su retorno no fue solo el de una cantante, sino el de un símbolo de resistencia. Inspiró a mujeres y disidencias a vivir sin miedo, a desafiar las normas y a encontrar en la música un refugio y una trinchera.
Se extinguió el domingo 5 de agosto de 2012. Desde 2009, en varias entrevistas, confesó que le gustaría morir un domingo, para que su funeral fuera un lunes o un martes: “y así no echarle a perder el fin de semana a nadie”.
Hoy, su voz sigue resonando, recordándonos que la música es también un acto de valentía. Que Chavela, con su canto y su vida, nos enseñó que ser mujer es atreverse a ser libre.
De Chavela escucharemos a continuación su famosa canción "El último trago".
Gracias por acompañarnos en este viaje musical. Que este episodio sea un recordatorio de que las mujeres en la música han sido y seguirán siendo fuerzas creativas imparables. Nos encontramos en el próximo episodio de "Acercándonos a Escuchar". Hasta entonces, recuerden: en cada nota hay una historia, y en cada silencio, una oportunidad para descubrir algo nuevo.