La hiena...está fuera de su morada..trata de subir la escalera, pero sin quererlo tropieza. Cae aletargada entre carnes llenas de sangres y huesos. En el monte mientras el sol cenital no deja ninguna sombra. Camina sigilosa, estupefacta...mientras el pitbull rodea la presa. La caza para ella y con furia la lleva a su boca. Logra sacar el néctar del buche de un perico y con ello embalsama los colmillos de la hiena. El sacude los grilletes en su espalda, la azota, mientras se retuerce de placer por tener la estaca en su vientre. Se aproximan a la cascada y el agua se desliza por todo su cuerpo. El pelo de la hiena cae por su cara, el cuerpo del pitbull expresa su contextura y
el agua los embriaga mientras el pitbull deja caer en su lengua el néctar que lleva en su boca. Frío, rojo, dulce y baboso.
La hiena quiere reposar en el valle, escucha el canto de los revolucionarios, pero el pitbull toma el control y somete a la hiena, la hace correr hasta que el aliento la enmudece. El sudor, se mezclan el néctar y los olores se hacen profundos, tan profundos que sofocan los deseos.
Recorren caminos, no quieren que se vaya la luz de la luna, el sol cenital murió en sus espaldas y se abren paso a una noche religiosa. Llena de verdades y sin pelaje en sus costados. Desnudos, atraviesan la ciudad de plomo y caen frente a los ojos de los gatos sedientos de dudas. La hiena lleva al pitbull a su jaula y recorre moribunda hacia la de ella, mientras el pitbull sigue con la llave en su boca.