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(7 de abril: Día Internacional de la Salud)
A todos nos interesa conservar la salud. El siguiente consejo sobre cómo lograrlo proviene de un campesino de setenta y nueve años de edad de Camagüey en la isla de Cuba. En una entrevista que le hizo el etnólogo cubano José Seoane Gallo a principios de la década de 1960, Justo declara: «Hay un dicho que dice que la salud entra por la boca y hay otro que dice que el cuidado de la boca es la salud del cristiano, que viene a decir lo mismo de otra manera. Esos dichos quieren decir muchas cosas...: que se debe comer bien, sin robarle la comida a nadie, pero sin hartarse; que no se debe comer lo que se sabe que hace daño; que no se debe comer lo que uno no conoce sin hacer antes una prueba con un poquito, por si acaso...»1
Si le hemos prestado atención a Justo, con mayor razón debemos hacerle caso al sabio Salomón en cuanto a este importantísimo tema. Uno de sus proverbios más sustanciosos dice así: «Panal de miel son las palabras amables: endulzan la vida y dan salud al cuerpo.»2 Si bien «la salud entra por la boca», Salomón nos da a entender que es por allí mismo que sale. De modo que debemos tener mucho cuidado con las palabras que salgan de nuestra boca. Si son amables y oportunas, surten el efecto de un panal de miel, pero multiplicado por dos: endulzan la vida y dan salud al cuerpo tanto del que las pronuncia como del que las recibe. Por eso también escribe el incomparable proverbista: «Como manzanas de oro con incrustaciones de plata son las palabras dichas a tiempo.»3
A la inversa, las palabras malas y dañinas son igualmente perjudiciales. Sobre este poder de las palabras se pronuncia de manera tajante el apóstol Santiago. Por una parte juzga que la lengua es un mundo de maldad que contamina todo el cuerpo, un fuego que a su vez incendia todo el curso de la vida, un mal irrefrenable, lleno de veneno mortal. Pero por la otra concluye que, así como con la lengua maldecimos a las personas, creadas a imagen de Dios, también con ella bendecimos a nuestro Señor.4
¿De veras nos interesa conservar la salud física? Si es así, debemos reconocer que la salud espiritual es muchísimo más importante porque es eterna. Para tener esa salud espiritual, basta con que acatemos las palabras de San Pablo, que dijo: «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo.»5 Es sólo cuestión de reconocer a Jesucristo como Señor de nuestra vida. Una vez que hayamos empleado la lengua para tomar esa decisión sin igual, vamos a querer emplearla, como señala Santiago, para bendecir a nuestro Señor.
Entonces nos esforzaremos por llevar a la práctica el proverbio de Salomón que dice: «El charlatán hiere con la lengua como con una espada, pero la lengua del sabio brinda alivio.»6 Así, como nos recuerda Justo de Camagüey, «el cuidado de nuestra boca será nuestra salud».
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net
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(7 de abril: Día Internacional de la Salud)
A todos nos interesa conservar la salud. El siguiente consejo sobre cómo lograrlo proviene de un campesino de setenta y nueve años de edad de Camagüey en la isla de Cuba. En una entrevista que le hizo el etnólogo cubano José Seoane Gallo a principios de la década de 1960, Justo declara: «Hay un dicho que dice que la salud entra por la boca y hay otro que dice que el cuidado de la boca es la salud del cristiano, que viene a decir lo mismo de otra manera. Esos dichos quieren decir muchas cosas...: que se debe comer bien, sin robarle la comida a nadie, pero sin hartarse; que no se debe comer lo que se sabe que hace daño; que no se debe comer lo que uno no conoce sin hacer antes una prueba con un poquito, por si acaso...»1
Si le hemos prestado atención a Justo, con mayor razón debemos hacerle caso al sabio Salomón en cuanto a este importantísimo tema. Uno de sus proverbios más sustanciosos dice así: «Panal de miel son las palabras amables: endulzan la vida y dan salud al cuerpo.»2 Si bien «la salud entra por la boca», Salomón nos da a entender que es por allí mismo que sale. De modo que debemos tener mucho cuidado con las palabras que salgan de nuestra boca. Si son amables y oportunas, surten el efecto de un panal de miel, pero multiplicado por dos: endulzan la vida y dan salud al cuerpo tanto del que las pronuncia como del que las recibe. Por eso también escribe el incomparable proverbista: «Como manzanas de oro con incrustaciones de plata son las palabras dichas a tiempo.»3
A la inversa, las palabras malas y dañinas son igualmente perjudiciales. Sobre este poder de las palabras se pronuncia de manera tajante el apóstol Santiago. Por una parte juzga que la lengua es un mundo de maldad que contamina todo el cuerpo, un fuego que a su vez incendia todo el curso de la vida, un mal irrefrenable, lleno de veneno mortal. Pero por la otra concluye que, así como con la lengua maldecimos a las personas, creadas a imagen de Dios, también con ella bendecimos a nuestro Señor.4
¿De veras nos interesa conservar la salud física? Si es así, debemos reconocer que la salud espiritual es muchísimo más importante porque es eterna. Para tener esa salud espiritual, basta con que acatemos las palabras de San Pablo, que dijo: «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo.»5 Es sólo cuestión de reconocer a Jesucristo como Señor de nuestra vida. Una vez que hayamos empleado la lengua para tomar esa decisión sin igual, vamos a querer emplearla, como señala Santiago, para bendecir a nuestro Señor.
Entonces nos esforzaremos por llevar a la práctica el proverbio de Salomón que dice: «El charlatán hiere con la lengua como con una espada, pero la lengua del sabio brinda alivio.»6 Así, como nos recuerda Justo de Camagüey, «el cuidado de nuestra boca será nuestra salud».
Carlos Rey
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