Por: Pastor Rolando Rodríguez
En la ciencia, hay fundamentos básicos que sostienen todo, como en las matemáticas: suma, resta, multiplicación y división. De manera similar, en la vida cristiana, nuestra base es la Palabra de Dios. Hoy exploraremos una parte fundamental de esa base que muchas veces es ignorada: no juzgar a los demás.
Jesús lo dejó claro en Mateo 7:1-2: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido.»
¿Por qué no debemos juzgar?
1. Porque seremos juzgados con el mismo juicio y medida que usamos para otros. El juicio refleja nuestra actitud (enojo, envidia, odio, prejuicio, etc.). La medida con la que juzgamos demuestra nuestro estado (inmadurez, orgullo, dureza, falta de empatía).
2. Juzgar es una señal de inmadurez y falta de dominio propio.
3. A menudo, quienes más juzgan son los menos capacitados para hacerlo.
Mateo 7:3-5. No seamos entrometidos; no somos llamados a ser jueces. En lugar de juzgar, evaluemos nuestra propia vida. 1 Corintios 4:5. Lo que sí podemos y debemos juzgar son nuestras propias acciones y actitudes.1 Corintios 10:23-24 nos da tres preguntas para reflexionar:
– ¿Conviene? ¿Va a servir de algo?
– ¿Edifica? ¿Será de bendición?
– ¿Es egoísmo? ¿Buscará el bien del otro?
La queja es otra forma de juzgar. En Números 11, el pueblo de Israel se quejaba de todo: de Moisés, de la comida, del camino, e incluso de Dios. Pero, Santiago 5:9 nos dice: «Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta.» Debemos evitar la queja porque no nos beneficia, solo nos expone al juicio. Recordemosque el pueblo de Israel pasó 40 años en el desierto debido a su constante queja.
Para vencer el juicio y la queja, el camino es claro: arrepentirse y dejar que Dios transforme nuestro corazón. Romanos 2:1-3 advierte: «Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo.»
En lugar de juzgar y quejarnos, enfoquémonos en lo que edifica, es útil y bendice. Que nuestras palabras y acciones reflejen la gracia y misericordia que hemos recibido de Dios.
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