Mons. José Ignacio Munilla toma parte en la serie de programas SE BUSCAN REBELDES
https://www.sebuscanrebeldes.com
Queridos amigos del canal Se Buscan Rebeldes os voy a enseñar el título de este libro que hace unos tres años pude escribir; que quizás os puede sorprender el título, porque sé que este lema: “Dios te quiere feliz”, también es muy compartido en vuestro canal. Y es así, que también fue la intuición de que algunas de las reflexiones que pude recoger en este libro hace unos años, pues, poniéndome delante de Dios y, dándole y reflexionando; al final llegamos a esa conclusión: Creo
que el título adecuado es Dios te quiere feliz. Es una frase, creo, que poderosa, es una frase muy significativa, que tiene un gran contenido detrás de ella, y me parece que merece la pena que
hagamos esa reflexión. ¿Qué hay detrás de esta expresión, ‘Dios te quiere feliz’? Bueno pues yo
creo que hay lo siguiente: Si en algo podríamos estar todos de acuerdo –que es difícil que en el mundo mundial pueda haber algo que nos una a todos–. Yo creo que eso es el deseo de felicidad del hombre. El Hombre ha nacido; ha sido creado con un deseo de plenitud y de felicidad. Además hay una paradoja; que es que, ese deseo de plenitud, de felicidad, aquí nos vemos incapaces de satisfacerlo plenamente. Y se sufre. Se sufre porque buscamos algo para buscar esa plenitud y el momento en que lo tenemos nos quedamos insatisfechos... buscamos lo siguiente; también lo siguiente nos deja parcialmente satisfechos, y vamos a otra cosa... Somos unos eternos insatisfechos. Y entonces claro, Hay una una pregunta. La pregunta es ¿qué pasa que estamos mal hechos?, ¿cómo es que alguien ha puesto dentro de nosotros un deseo de plenitud, que aquí no encontramos? Y parece que con los animales no pasa lo mismo. Un animal tiene unos instintos, y el momento en que es capaz de satisfacerlos; pues se acabó! Ya no aspira más.
Pero no así es el caso del corazón del hombre; que se caracteriza por ser inquieto; verdaderamente inquieto. Buscar una plenitud que aquí no encontramos.
Yo a veces he puesto el siguiente ejemplo: es como si nosotros fuésemos un pequeño vehículo de chasis que es casi un “utilitario” como un Seat 600; que decimos los de mi época que “era el coche más, digamos, más sencillo y humilde que había”. Pero es que, a ese coche le hemos puesto un motor... que es un motor de un Boeing de un avión!
Entonces, ¿cómo es posible que tengamos tal deseo de felicidad y al mismo tiempo somos así de pequeños y de limitados?
Esta es la paradoja del hombre! Es una gran paradoja. Esto es, por una parte, es lo que nos acontece a nosotros. Y a Dios, ¿Qué le pasa?... y nosotros vemos a Dios como alguien que nos pide la santidad, nos acercamos a la Sagrada Escritura, y allí vemos que Dios nos pide que
seamos santos, que cumplamos los mandamientos como camino de santidad.
Y tenemos un riesgo. El riesgo de ver estos dos lenguajes como
yuxtapuestos. Por una parte, el hombre quiere ser feliz –lo intenta y no
puede–, y, por otra parte, hay otro conducto, otra vía en la que Dios nos
pide la santidad. Y bueno, pues los que son más creyentes lo intentan;
intentan ir ese camino de santidad, con muchas dificultades... Pero porque
tienen que hacer “ese cumplimiento”, tienen fe en Dios, y entonces, por
sentido de obediencia, tienen que cumplir los mandamientos de Dios para
llegar a esa culminación de santidad.
Pero creo que en esta explicación de las cosas hay un drama: El drama de
que no se integra, no se integra ese deseo humano natural de felicidad con
esa llamada de Dios a la santidad. Es como si fuesen dos cosas distintas.
Por una parte están mis deseos de buscar la felicidad y por otra parte está
la llamada de Dios para que seamos santos. ¡Como si fueran dos cosas
distintas!
Y entonces creo que la clave que cambia la nuestra perspectiva de vida es,
cuando de repente descubrimos que ese deseo mío de felicidad coincide al
100% con la llamada de Dios a la santidad. ¡No son dos cosas distintas! Es
una sola.
Aquí pasa un poco como con aquel cuento de La Cenicienta. Que “este
zapato estaba hecho para este pie. Y ese zapato y ese pie se conjugan
perfectamente”. Y entonces descubrimos que solamente se puede ser feliz en el camino hacia la santidad. Y que verdaderamente; que solamente es la
santidad la verdadera plenitud de la felicidad.
Cuando ambas cosas unen su vida entiende que coinciden, es en ese
momento en el que la llamada a tener una profunda religiosidad de
espiritualidad; entiende que en absoluto es alienante, que no me está
sacando de mi vida, que no es un capítulo aparte. Que la vida espiritual no
es otro capítulo de mi vida distinto a mi vida diaria ni a mis aspiraciones
diarias. No existen dos vidas: la Vida Natural y la Vida Espiritual, no. Hay
una única vida. Y cuando hablamos de vida espiritual; es, mi vida diaria
vivida desde Dios, desde el espíritu de Dios que me llama a encontrar en
todo; esa plenitud.