El amor de Dios no tiene límite ni fecha de vencimiento. No faltará ni disminuirá. Doy gracias porque jamás se gastará ese amor.

La hija pródiga había regresado y su familia cristiana le abrió los brazos. Hoy puedo entender la felicidad del padre en la parábola. Doy gracias a Dios por traer de nuevo a su senda a nuestra hermana.

Tal como nos lo recuerda la lectura de hoy, somos llamados a cuidar unos de otros con el amor de Cristo. Tal vez esto signifique ir en búsqueda de quienes sufren enfermedad, están lejos de sus hogares, bajo tratamiento médico o superando un divorcio. En el nombre de Dios, hemos de amar activamente a quienes están sufriendo.

Los comentarios constantes en las noticias y las redes sociales despiertan en nosotros el miedo y la desesperanza, pero es posible contrarrestarlos con las palabras de Dios a Josué: «No te dejaré… Esfuérzate y sé valiente...».

Esa noche, el ángel del Señor nos defendió y cuidó a través del hermano en la fe que apareció. Esta experiencia fortaleció aun más mi fe en Dios y en su fidelidad.

Dios ama a todos y comparte la vida con todos nosotros. Jesucristo fue crucificado y resucitó porque Dios envió a su Hijo al mundo como una suprema muestra de amor.

Cuando estemos a punto de rendirnos, podemos entregar nuestra situación a Dios con la esperanza de que Dios nos ayudará a superarla.

Jesús nos invita cada día a estar dispuestos para servir al prójimo y ser movidos a misericordia para ayudar a las demás personas.

Nuestros esfuerzos por vivir el mandamiento de Jesús y por aliviar la soledad en nuestro mundo pueden parecer insignificantes. Pero cuando las personas cristianas sinceramente desean amar a Dios y amar a los demás, pueden lograr una verdadera diferencia.

Creo que Dios quiere que llevemos a cabo metas y planes dignos. Pero primero que todo, Dios quiere indicarnos que la estrategia que usamos para lograr las metas es de igual importancia.