Trato de incluir en mis oraciones matutinas expresiones de amor y, en mis actividades diarias, pruebas que demuestran amor hacia Dios, quien primero me amó a mí.

A partir de ese momento de mi vida, aprendí que Dios no necesita a las personas más inteligentes o talentosas para transformar el mundo. Dios simplemente necesita a alguien dispuesto a decir: «Envíame».

Puedo encontrar paz en la luz de Dios y hacerla brillar para que otras personas encuentren paz cuando la oscuridad está por dominar.

Jesús quiere que usemos nuestro gran potencial como bendición para muchas personas, no por nuestro propio bien, sino por el bien del evangelio.

Después de esa experiencia, decidí que necesitaba ser más diligente en mi estudio de la palabra de Dios y en mi vida de oración. La sabiduría y la comprensión están disponibles para todas las personas, pero quienes miren de cerca encontrarán una belleza más profunda.

Por fin, en ese momento y años después, encontré un poder redentor en ese dolor que me angustió cuando murió mi madre. Cuando lloramos, Dios llora con nosotros.

Al someterme a la voluntad de Dios, he ganado una nueva perspectiva en la escuela. Tengo nuevos amigos que tal vez no llegaría a conocer si hubiese seguido con mi propio plan. Dios me guió y aún me sigue guiando hacia una vida mejor.

Todos podemos seguir comprometidos con amar a nuestro prójimo porque el llamado a amar a Dios y al prójimo es el mayor mandamiento de Jesús.

Ahora, cada vez que el coro o la banda de adoración comienza su música, recuerdo las escrituras que nos enseñan a cantar nuestra gratitud y alabanza a Dios. Aun con mi limitado talento musical, puedo cantar al Señor con alegría.

En ese momento me di cuenta que si confío en la luz iluminante que es el cuidado de Dios, estaré bien. Sí, llegué sano y salvo a mi destino, con las palabras de Samuel aún resonando en mi mente: «Habla [Señor], que tu siervo escucha».