Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! T01XE30 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones - Cuando dejamos de soñar con ser princesas (para ser putas)
Necesitaba los 40 mil euros en una semana. 40 mil. Era la fianza que me había puesto el juez por haber contado mi vida en redes sociales y haber llamado paleta de invernadero a una que se creía la marquesa de Foie grass.
A mí me sorprendía que aquello hubiera llegado tan lejos pero, aunque suene de locos, habían pedido dos años de cárcel para mí.
No tengo antecedentes, se quedaría en antecedentes penales. ¿Podría vivir con eso? Sí. Con que me dieran oportunidad de contar quién y por qué había sido denunciada. Ese monólogo, lo bordo.
Aquello me descolocaba mucho, hacía que fuera más torpe. Me encerré más en mi casa y esperé a que se sucedieran los acontecimientos.
Tenía un abogado nuevo.
Y este, parecía hasta bueno.
Bueno, necesitaba 40 mil.
Más 60 mil que debía, 100 mil.
Eso hubiera sido lo que me hubiera tenido que tocar en la Primitiva para que mi vida se resolviera.
Estas cosas pasan. Dudo que sea la primera.
40 mil eran los urgentes. Eso si quería que no me embargaran mis bienes. Hay locas que te destrozan la vida, sí. Las que se creen que son estrellas y son basurita.
Me acordé, entonces, de él. En realidad nunca se me había ido de la cabeza. Por muy digna que yo me hubiera puesto, por muchos vídeos que me hubiera hecho explicando lo del millonario, lo cierto es que yo no había olvidado la propuesta de aquel tipo. Lo dijo muy clarito.
— si te acuestas conmigo te daré 40.000 euros. Pero te quiero desnuda en mi cama chupándome la polla.
Yo me reí. Me reí como me río cuando me preguntan, después de 17 años, si he sido infiel.
— ¿Está usted idiota? Por ese dineral, no se preocupe, encontrará quien se la chupe. Pero yo necesito desear para que me acueste con alguien.
Así de digna soy.
Su oferta había aparecido en mi móvil. Nos habíamos conocido en la Cadena Ser, donde fue a una entrevista, era un triunfador. Yo le di mi móvil no sé por qué. Porque me lo pidió delante del director general y no era plan de ponerse chula. Me había dado cuenta de que se la había puesto dura en cuanto me conoció y albergué la esperanza de que no lo usara. Pero lo usó. Lo usó para intentar verme, que quedáramos, que cenáramos, que pasáramos un rato juntos.
Qué pereza.
Lo fui esquivando más o menos hasta que me hizo la oferta: 40 mil euros por un polvo. Yo no me tenía que quedar a dormir, como siempre hacía. Torció el gesto. “Quiero 24 horas. Ponte precio para pasar 24 horas conmigo”. quería “lamerme entera, verme desnuda, que me pusiera a cuatro patas y me la metiera por detras”. Eso escribió y pidió por el precio. Qué pena ser promiscua pero no frívola, de verdad. Con lo bien que me hubiera venido que me diera lo mismo con quién follar…
Mi abogado lo sabía. Por eso lo dijo. Dijo que lo llamara. Que le dijera que sí. Que me lo follara, cogiera el dinero y lo pusiera como fianza. Es la ley, no lo que es justo, Tana.
El mensaje lo dio mi socio. Lo obligué a que lo hiciera él. Habían pedido dos años de cárcel y 10 mil euros de indemnización, “escribe al millonario ese y dile que sí, que se la chupo pero por 50 mil”. Mi pobre lo hizo sin rechistar.
Dos días después, si Jose el de Cajamar se dio cuenta de que me ingresaban 50 mil euros, seguro que pensó algo bueno de mí. Nunca se imaginaría que era el precio que le había puesto a mi sexo y que un millonario madrileño iba a pagar. Desayuné café con leche la mañana de aquel miércoles en el que la Aplicación del banco me avisaba de la entrada del dinero. Terminé el café con leche tranquilamente, sabiendo que ese fin de semana tendría que estar en Madrid.
Antonio no me gustaba. No me había gustado en la entrevista en lo que lo había conocido, no me había gustado en la conversación en el pasillo, del brazo del director general y no iba a gustarme, ahora, por mucho que fuera a pagarme la fianza del juzgado.
No me ponía nada.
Sus argumentos me parecían manidos. No veía nada de originalidad y su sentido del humor no tenía nada que ver con el poquísimo que yo pueda tener. A ver cómo podía apetecerme, a mí, así, chupársela. Ni de coña. Pero el tío había metido los 50 mil euros en mi cuenta. Cuando vi el aviso de Cajamar supe cuál era el precio de mi coño: salvarme el culo. Dos años de cárcel, 40 mil de fianza.
Fui educadísima todo el almuerzo. Le había pedido quedar a comer, no a cenar. Eligió un restaurante pijísimo de Madrid. Pero no como los restaurantes a lo que me llevaban a mí el Señor del despacho o Mi Rinoceronte. Ellos tienen clase y no necesitan que los vean con sus trofeos. Pero el millonario quería exhibición por el mismo precio. Saludamos a una veintena de personas. Parecía como si todos los conocidos de la primerísima clase madrileña quedara los jueves para almorzar, todos, en el mismo sitio.
Con las ganas que tenía yo de ir a “Casa Mariano”, en la calle Lope de Vega… estaba en La Moraleja, en un restaurante de los de a 36€ el plato de almejas, el que fuera…
El hombre intentaba que yo me maravillara con sus éxitos profesionales. No sé explicar a qué se dedica. A mover dinero. A saber cómo moverlo. A menearlo y sacar beneficio de cualquier suceso.
Para mí, de otro planeta. Sólo tenía pasta. Nada más.
Y eso no es suficiente para gustarme. Pero sí lo es para que te finja los orgasmos. No te preocupes.
Comimos exageradamente. Yo las mejores verduras y frutas, él los chuletones que demuestran lo perverso que eres, así de sanguinolentos los pidas. Yo quise comer mucho, sí. Comí más de lo que suelo comer solo porque sabía que lo excitaba mucho verme comer. Lo había puesto en comentarios, en TikTok.
El postre era yo. Y él lo quería.
— Nos vamos, ¿vale? Mi hotel está a quince minutos. Vamos.
Pagó con la tarjeta, nos levantamos, me cogió de la mano y me arrastró hasta el coche. Sabía que en cuanto cerrara la puerta, ya era suya. Lo había pagado.
40 mil de golpe más 10 mil para mí.
Salíamos del complejo residencial en el que estaba ubicado el restaurante cuando ya me metía mano. Simplemente la metió entre mis piernas, a su lado.
Noté sus dedos gruesos, acariciándome.
Lo hizo con cuidado.
Pero demostrando que era de su propiedad.
Quería que chorreara. Y yo, yo abría las piernas y lo dejaba, pero no me excitaba porque no me gustaba.
Me quité yo las bragas. Para qué, ¡qué necesidad! Las guardé en el bolso y abrí las piernas para que entrara. Ven. Soy tuya. Haz lo que quieras conmigo. Soy tu puta preferida. La más cara… metió la mano entera, los dedos intentaban arrancarme algo que no lograban, pero yo lo dejaba hacer. Menos mal que acertó en tocarme el clítoris, si no habría sido un estropicio. Me metía mano más o menos bien. No era el más brioso, pero tampoco era un desastre.
Yo, simplemente, me dejé.
Llegamos al hotel. Subimos directos a la habitación desde el parking. En el ascensor intentó besarme, pero yo me aparté.
— besos, no. Sólo sexo.
— No sé tener sexo sin besos.
— Pues tendrás que aprender. Tampoco yo sé follar sin deseo y voy a chupártela en breves minutos.
—Eso espero.
Se la empecé a chupar lo primero. De rodillas. Esa era la imagen que quería, verme a mí de rodillas chupándosela. Me puse magistralmente frente al espejo para que pudiera verse completo. Para que viera mi lengua, mi boca, mis babas… Y su polla en mi boca.
Le encantaba la imagen. Su polla en mi boca.
— ¡Qué ganas tenía! ¡Qué bien la chupas! ¿Quién te ha enseñado a ti, preciosa?
“Suelo escuchar mientras la chupo”,pensé, pero no quise ni contestarle. Yo seguía.
La cogí con la mano para meneársela. La chupaba y se la movía, haciendo del conjunto un precioso tributo donde mi lengua era el epicentro. Tenía una cuidada y bonita polla. Perfectamente recortado el vello, no inmensa, pero grande, gorda, dura. Una gloriosa polla de esas que disfrutas cuando quien la porta te gusta. Pero allí no estábamos para romanticismos. Estábamos para sexo.
Me cabía en la boca y podía comerla entera, chupar el glande, meneársela, lamí sus huevos desde mi posición, perfecta, abajo a sus pies, comiéndole la polla. Vuelta y vuelta, otra vez. Quiero que recuerdes toda tu vida lo bien que la chupo, cómo la lamo con este gusto, como la lleno de babas… Como sigo y sigo centrada en tu polla para que veas que ha merecido la pena pagar tanto dinero por estar conmigo.
Creía que se iba a correr pero paró. Me quiso follar. Me puso a cuatro patas y me dio desde atrás. La polla entraba entera, enterita y yo la sentía bien, muy bien. No me gustaba nada pero qué rico follaba… cada vez que me penetraba emitía un sonido de estar pasándoselo bien. Yo no lo estaba pasando mal, pero más allá de un suspiro con la nariz, no emitía gemido alguno. Cerraba los ojos e imaginaba que quien me follaba era mi rinoceronte. No, la polla no es igual. Esta es más grande. Me entra más.
Qué suerte tengo, todos los hombres con pollones que han pasado por mi vida han sido despreciados. Mi ex, por que solo estuve con él 17 años porque tenía la polla grande y follaba con dureza. Le enseñçe a comerlo.. Me lo comía a mí. Que yo pre corriera gritando como grito era el mejor regalo para su masculinidad. Den gracias todas las que vengan detrás de mí. Por que, si disfrutan como lo disfrutan es porque ese macarra y chulo de putas estuvo antes con alguien tan buena como yo.
Este por que no me pone por mucho dinero que tenga y pueda gastárselo en mí. Me ha dicho que si quiero que me compre el móvil que necesito.
Y le he dicho que no.
Que lo pago yo.
Que tiene 2 años de garantía y es un iPhone, que son los que entiendo yo.
Que puede que le mande a este millonario la foto esa en la que estoy de espaldas, enseñando culo y se me ven los labios perfectamente. Con poco vello rasurado.. me tiro horas dándole forma…
Esa sí que ha tenido éxito en el #CuartitoOscuro, que me han visto ya, desnuda, por 5€/mes… ahí soy baratita. Donde soy cara es en el carne a carne. Donde no tengas otra que olerme, saborearme, comerme.
— Tengo que comerte el coño. Quiero que te corras por que te lo como.
— quieres afianzar tu masculinidad follándote a “la del sexo”.
— Sí. Qué mejor baremo que tú.
A mí me pareció bien. 50K bien los merecían. Había pagado religiosamente y, desde el día que el dinero estuvo en mi cuenta, recibió una fotografía mía desnuda.
Le rebajé las secuencias masturbándome. De 2k a mil quinientos.
¿Quieres ver cómo me masturbo diciendo tu nombre, Antonio?
Mira… Mira… Mira Antonio.. Mira como me acaricio, mira como uso este juguete y me lo meto entero, dentro. Porque en el clítoris me da esta otra curva… Los de Webive hacen cosas gloriosas. Dijiste que me trajera mis juguetes para ¿qué? ¿Los vas a usar?
Me obliga a darle el juguete. Un magnífico masturbador con forma de olas entrecruzadas, que hace que tengas dildo dentro y vibración en el clítoris. Una maravilla con la que acostumbro a viajar, no vaya a encontrarme con algo interesante que no tenga miedo a que se quiebre su masculinidad…
Tuve quien no soportaba los juguetes en la cama. Le caían mal. A mí, que a este en concreto me hubiera gustado compartirlo con otro tío… él torcía el gesto en cuanto entraba un juguete en nuestra cama. Pero Antonio supo qué hacer. Lubricó bien el juguete y metió dentro de mi cuerpo la ola que debía. Hasta dentro. Muy dentro, dejando que la olita superior reposara sobre mi clítoris. Y empezar a vibrar… Haciendo que la vibración me llegue dentro y sobre el epicentro de mis temblores… Antonio maneja con maestría el juguete.. Me gusta mucho lo que hace…
Entonces, empieza a lamerme a la vez. Acercas u lengua llena de saliva y moja mi clítoris que se enerva al contacto con su lengua. Tengo un dildo que vibra dentro de mi coño, una ola que vibra sobre mi clítoris y, de repaso, una lengua que me lame de arriba abajo…
Ahhhh Ahhhh Ahhhh
Mi corrida es una exageración de las mías… Antonio ha hecho que me corra. Lo ha conseguido. Sé que eso se la pone muy dura. Esa masculinidad de ser el que mejor folla a “la del sexo”, cuando la del sexo prefiere follar con un señor que la tiene más pequeña…
— Chúpamela otra vez. Y haz que me corra en tu cara.
Volví a metérmela en la boca. Esta vez con más ganas que la primera. Antonio no me gustaba pero me follaba bien… Se había aprendido toda la lección que anteriores mujeres le dieron. Porque a follar a prendemos gracias a la generosidad ajena. Nadie tiene una virtud especial. Yo he tenido muchos amantes y he tenido la suerte de que un buen porcentaje quiso pasárselo súper bien conmigo.
Y aprendí a comer pollas.
Me metí la polla en la boca y empecé a quererla como se quieren las pollas buenas. De arriba abajo, entera en la boca… recogiendo los huevos para que la caricia haga que te guste más, Antonio. Qué cosa tan bonita de polla, me gusta. Es grande, sí. Pero embadurnada de lubricante puede hacer maravillas. Ven aquí.
Entera en la boca, lamiendo, abrazándola con los dedos y masturbando al tiempo.
Sigo comiéndosela, metiéndomela en la boca, llenándola de babas… empiezo a notar que, por dentro, empiezan a animarse… lamo más. Un poco más. Y más…
— ¡Échame tu leche!— grito—
Sé que quiere que lo diga.
Me lo pidió hace mucho.
“Mándame un vídeo diciéndome que quieres que te eche mi leche”, escribió.
Y yo pensé: “No. No te regalo ni uno de mis gemidos. Paga lo que corresponde”.
Cincuenta mil euros ha pagado por que yo esté en esta cama de hotel, completamente desnuda a merced, durante 24 horas, de él. Aunque no me ponga. Aunque no lo quiera. Aunque no lo goce.
O sí. Puede que sí lo esté gozando. Puede que este señor que ha pagado 50 mil euros por follar conmigo, haya dado con la tecla para que yo sea frívola. Tan frívola como para ponerme a cuatro patas… Y pedirte, Antonio, por favor, que me encules…
Esa era una norma que dejamos escrita.
Solo me encularías si yo te lo pedía… Pero tú quieres correrte en mi cara.. ¿o no?
Antonio se unta la polla dentro del condón con lubricante. Bien untada. Y empieza a tocar mi ano, con mucha delicadeza… El dedo entra un poquito, pero poco. Yo me he ido perfecta para la ocasión. Me gustan las lavativas… Me quedo nueva. Y en mi pueblo, en Juan Matías, las tienen perfectas… Tanto como para que yo me haya venido a esta cama de hotel a que me enculen bien.
Su polla entró fácilmente gracias al lubricante. La sentí tan dentro que estiré la espalda para dejarle holgura en mi culo.
Qué rico…
Ahí dentro…
Antonio empezó a moverse con dulzura, tocándome a la vez las tetas… me cogía con las dos manos los pechos para encularme bonito y bien… entera…
Me encantaba cómo me cabalgaba…
Cómo me montaba.
Apreté el culo para que el agujero fuera aún más pequeño y viera qué gustito más rico. Abracé aquella polla bonita, me moví clavándomela…
Aquí no pudo aguantar..
Me dio la vuelta para que lo mirara a la cara y me echó la lefa en la cara.
Argggggggggghhhh..
Gritó.
Y yo me sentí poderosa.
Estaba plena, completa… Me dejé ir…
Dormimos un par de horas… A las doce de la mañana estábamos desayunando en una cafetería del Retiro, a la una y media fuimos a los indios del Rastro y a las tres de la tarde, yo me levantaba de la mesa del restaurante de Lavapiés en el que comíamos y me despedía.
— Antonio, un gusto.
—Para mí también.
—Disfruta todo lo que puedas y gracias. Gracias por ponerme tan buen precio.
— Lo vales, Lata.
— Tana, disculpa. Me llamo Tana, no Lata. La Tana Ce. Mi nombre completo.
Lo abracé y lo besé en los labios.
—Gracias por hacerlo bonito, Antonio. Nos vemos.
Y me largué.
Ojalá le haya dejado un recuerdo bonito a Antonio porque él me lo ha dejado a mí. 50mil euros valgo.
50 mil.
¿Y ustedes? ¿Saben su precio?
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