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Me gustó cómo escribía, lo que contaba y cómo hilaba las historias de sus corridas por Madrid con las meriendas en lugares completamente desconocidos para mí. No me gustaba su voz., muy aniñada para un tipo que, según me contaban, me sacaba, como poco, cuatro o cinco años. A mí, qme gustan mayores y este cuadraba con todo: Viejo, inteligente como pocos y no especialmente guapo. Así me gustan a mí, confieso. De siempre, admito. Este no iba a ser menos, así tardara meses en conquistarlo.
Es Miel un personaje de milo Manara. Una rubia con rizos, guapísima, que es reportera, como yo. Suficiente para querer ser ella. En “Cámara indiscreta”, Miel cuenta por qué se llama Miel. Y en una cena, con uno, se unta el coño con el pan y se lo da a probar. Cuando lo come se da cuenta de que no podía llamarse de otra manera. Esa mujer es Miel. Y yo aspiro a serlo. A este lo empecé a llamar el Gastrocrítico porque era lo que me parecía que era. Sabía que había triunfado en las .com, porque había trabajado con un buen puñado de conocidos. Y todos reconocían dos cosas que me encantaban: que era el más listo a este lado del río Pecos y que era un borde. Muy elegante, pero muy borde.
Me encantó sin verlo siquiera.
Quedamos para merendar.
Quedamos en una cafetería desconocida de una de las calles del Paseo Pintor Rosales, donde daban cosas muy ricas de todo tipo de masas, volúmenes y dulzuras. Una de esas para ir con frecuencia y probarlo todo. Con buena compañía. Son las cosas que piensas cuando te descubren un sitio así. Y el Gastrocrítico quería deslumbrarme. No se había percatado de mi existencia hasta que yo no empecé a hablarle. Este no era de esos que me siguen el rastro durante años. A este aún me quedaba mucho por contarle, pero también por escucharle.
Moría por que lo hiciera…
Quería charlar con él.
Pero sobre todo quería que me lo comiera.
Sí.
Un hombre capaz de describir como lo hace él cómo saben unas buenas magdalenas de avena y miel, necesito saber cómo describe mi sabor… necesito que me compare, que me presuponga más dulce que ácida. Quiero escucharlo después de comérmelo.
Aunque para eso tuviera que chupársela a él primero.
Me lo dejó muy claro cuando le dije que sería la altita con cara de chula del fondo. “De rodillas me llegas bien de altura, seguro”,
“Seguro”, le contesté.
Y yo… yo quería que me comiera el coño. Quería que me hiciera lo que quisiera. Quería que probara, chupara, lamiera con los dedos después de pasarlos por mi coño.
A menos de dos minutos de entrar en la cafetería, me quité las bragas y las metí en el bolso.
Las cinco. Abrí la puerta y me dejé envolver por el aroma a horno y café.
Llevaba falda corta y medias, por supuesto.
Y me senté a su lado.
Él, simplemente, dejó la mano para que me sentara encima.
Mi ex lo hizo en el coche durante años y a mí me encantaba.
Me estuve sentando en su mano durante quince años de los casi 17 que estuvimos juntos. Lo bueno de esas cosas tan evidentes es darte cuenta de de cuándo dejan de desearte.
Y cuando se quiere tanto se debe volver a sentir igual de rico para demostrar que se olvida lo malo.
Yo quería que aquel tipo pusiera su mano y sentarme encima de ella. Supe que lo haría. Llevaba mucho tiempo estudiándolo. Leyéndolo. Aspirándolo. Creo que, incluso, me lo había dicho. Por eso me senté perfecta.
Y, sin bragas, magnífica entrada.
Para él fue facilísimo meterme dos dedos. Fue como si se acoplara. Y yo me dejé hacer porque quería hacerlo. Llevaba cinco meses sin tener sexo con otra persona. Y, aunque intentaba masturbarme, echaba de menos piel ajena, dedos aparte, lenguas… Hubiera querido todo en ese mismo instante, pero me conformé con que me metiera los dos dedos.
Hablamos de la merienda, de la comida, de sus escapadas sobre el asfalto mañaneras, sabiéndose la ciudad a golpe de zapatillas.
Nos dibujamos la trayectoria exacta por la que discurrir. Reconociéndonos las calles en las que habíamos follado…
Yo en la C/Libertad.
Yo en el Parque del Oeste.
Yo en Lagasca.
Yo en Narváez.
Me hizo gracia pensar que se acordaría de las calles en las que yo había follado… se acordaría de mí, corriendo, de madrugada, una mañana, antes de salir a triunfar, porque este, por supuesto, era de los que triunfan.
Yo dejé de querer a mediocres. Ya que me pongo, me pongo bonito. Y recordaría las calles en las que había follado él por inercia. Me bastaría con pasar, de nuevo, por ellas. Por que es lo que hacemos todos cuando hablamos de sexo… Ubicarnos en esa circunstancia.
Para saber cuánto tenemos en común, con aquella persona que nos pone tanto…
Al Gastrocrítico le encantaba hablar de sexo y hablaba muy bien.
Me dijo cómo quería que le chupara la polla. Una detrás de otra… Alardeaba de que me gustaría. No por grande, sino por manejable. “Sé que lo agradecerás porque sabes hacer virguerías. Yo también te sigo el rastro”.
Me gustaba aquella polla sin verla siquiera. Y claro que dejaría que se corriera en mi boca. Sé que cobro puntos con la comisura de los labios chorreando. Y a mí me encantaba imaginarme mirándolo con mis ojos verdes enormes mientras se me cae el reguerito de lefa y lo recupero con la lengua… “Me encanta que te corras donde quieras”, pude decir.
Y dejé claro que iba a dejarle hacerlo todo.
Me daría lo mismo lo que quisiera con tal de conseguir que me probara.
Yo esa noche había quedado a cenar con un tipo al que necesitaba abrazar, ni siquiera quería sexo con él, el sexo me lo busco aparte de los sentimentalismos; al menos, últimamente lo intento. Me basta con que me gusten. Con que me pongan. Con que me escuchen.
Y soy experta en llamar la atención de señores casados que aman a sus esposas.
No sé por qué, pero así es. Les llamo la atención, les gusto, pero siempre quieren a su mujer, no a la otra. Por eso no debo repetir con ellos… porque si repito, corro peligro. Soy fantástica para una noche o una mañana. Pero, por favor, no repitas conmigo. Si repito la tengo jodida. Porque, si me gustas querré más. Es fácil que me pille los dedos si nuestras conversaciones me gustan y eso provoque que el sexo sea tan fácil conmigo.
Soy promiscua pero no frívola.
Dame literatura y seré tuya.
El Gastrocrítico movía los dedos bien. Muy bien. Con la primera falange repasaba el agujero, con la segunda golpeaba el clítoris, juntando los dedos me daba pellizquitos cuando notaba que la sangre se arremolinaba… Ahí… Justo ahí…
Él pidió unas tortitas con nata y chocolate. Y se chupó los dedos, fingiendo querer merienda, cuando lo que quería era que yo me corriera.
Al compás de sus discursos. El de la verborrea y el de los dedos en mi coño. (………) me mordía el labio inferior al tiempo que gemía por debajo del murmullo de la meriendita.
Mucha familia pija, de esas que van al templo de Debod…
Yo lo miraba a los ojos, meciéndome en las arrugas marcadas de aquel que fue gordo y se había puesto la pila no sé si para ligar, pero, desde luego, para mirarse en los reflejos y gustarse.
A mí me pasa lo mismo.
Desde que me cuido, ando tanto y me entreno sé que estoy mucho más apetecible.
Pero yo quiero que este verano, la noche de San Juan, me muerdan en las corvas. Voy a ganarme las patazas, el culo, los brazos y las tetas que me merezco.
Porque la Noche de San Juan, ya lo sabemos, tienes que follar para que sea un buen año de sexo.
Y el 2023 tiene que ser bueno… Muy bueno..
El Gastrocrítico sabía hacer dedos y decir guarradas a la vez. Correrse sobre su mano fue un delirio, más sabiendo que, al menos, dos de los que estaban en la cafetería se habían dado cuenta de todo.
Y aquello me ponía aún más cachonda…
Pagó con el reloj. Una pijada de esas que me recuerdan lo que es Madrid. Salimos de la mano lo cual me hizo gracia. Soy experta en enrollarme con señores casados enamorados de su mujer. Y el Gastrocrítico era de esos. Por eso quería que me comiera el coño.
Yo he dejado en esos mundos nuestros a un señor que sabe comerlo como nadie… Como nadie… Como nadie. Lo enseñé yo. Eso tiene mucho mérito. Mucho valor, siendo el de la testosterona on fire.
Igual que lo tiene que, a pesar de su pedazo de polla, la nena se la metiera en la boca entera. Aunque, quiero creer que hasta en eso me han superado… Espero que la chupen mejor que yo. No hay nada tan jodido como que te la chupe tu novia y te acuerdes de mí.
Yo amo comer la polla de mi macho.
Salimos a la calle de la mano, insisto, eran las seis y media, en dos horas yo había quedado, así que aprovechamos que oscurecía para perdernos por por los entresijos junto al paseo de Pintor Rosales…
Perfecto para arrodillarme, Gastrocrítico.
Aquí.
Yo solo hinco rodillas en la playa, pero en Madrid me pongo en cuclillas. Yo iba a Madrid a hacer un programa piloto de televisión, así que llevaba mis zapatillas de deporte con tacón Munich… Una delicia que me regalaron para que me las pusiera en la tele y, por supuesto, me las puse durante años…
En cuclillas con las piernas abiertas, con minifalda, con medias sin bragas. Y él de pie, con la polla en la mano…
Qué bien me supo.. Qué bien… Era una polla mediana, de esas que sabes que te gustarán, también por detrás. Blanca. Muy blanca. Muy blanca. Con el vello recortado, no afeitado pero sí recortado. Tenía el pelo canoso, pero los huevos con rizos castaños. Un exgordo que había empezado a correr para soportar sus éxitos, no estar más de 5 años en la misma empresa, ser una voz cantante en su entramado. Pelear en primera división y con la polla en la mano en la Calle Quintana mientras te la chupan. Entera.. me la metí entera sin que me diera arcada. Lamía, por detrás, desde arriba de los huevos, repasaba todo el tronco para metérmela en la boca. Y bajar con la mano, para que se quedara dura. Más dura… me gustaba comerle la polla al Gastrocrítico. Me gustaba masturbarlo y chupársela a la vez.
“Me encantaría poder chupártela acompañada de alguien”, le dije.
Soltó una carcajada.
“¿Es una prueba de feminismo? ¿Quieres examinarme?”
— No— Contesté. Pero quiero saber cuan de morboso eres de verdad. Porque que te encantaría fallarme con otra mujer ya lo sé. Eso os gusta a todos. No es nada original.
Yo quiero saber si querrías que hubiera un hombre más.
No sé si uno a nuestros pies, tengo uno…
O uno que me guste tanto como me gustas tú…
Y volvía a lamer…
Quería aquella polla en mi boca. Quería identificar el sabor de su carne, saber cómo olía, cómo sabía. Era una polla inmaculada, limpia. Bonita. Dura. Me cabía entera en la boca, la chupaba y rechupaba. Quería que se corriera. Que se corriera en mi boca.
Y sabía cómo podía conseguirlo. Yo iba sin bragas, abierta de patas y en cuclillas, subí la falda para que viera mi coño y empecé a tocarme al tiempo. Lamía queriendo que supiera que me lo comía entero, en la calle, de cuclillas, con mis zapatillas de deporte con tacón, acariciándome, tocándome. Para ser la alta con cara de chulita que, claro que quiere estar a la altura de tu polla, Gastrocrítico…
Se corrió gritando de placer.
Sí. Si alguien pasó aquella tarde-noche de jueves por la calle Quintana tuvo que escuchar a uno corriéndose.
En mi boca.
Me limpié con el dedo para volvérmelo a chupar.
Y que a él le gustara aún más la escena.
Ya no tengo problema por sacar la actriz porno que llevo dentro. Ahora lo hago cada vez que quiero.
Y me gusta.
Me gusta que me miren así… Así como me miró el Gastrocrítico mientras se corría…
Anduvimos riéndonos un par de calles más…
Cogidos de la mano…
Camino de mi hotel, donde yo había quedado a las ocho y media para cenar.
Tenía que acostarme temprano.
Todo lo temprano que pudiera.
Porque a las 6 me recogían para llevarme a maquillaje.
A ponerme guapa para hacer un programa piloto.
De esos, de los míos.. De esos en los que tengo que contar si yo ligo o no con jovencitos.
Me lo iba a pasar tan bien que claro que quería chupársela al Gatrocrítico.
Para soltarlo en la tertulia: “Pues miren, yo es que ayer tarde, se la chupé a un tipo de más de 50 años en una calle al lado de Pintor Rosales”.
No no me gustan jovencitos aunque sé que, seguro, me pondrían el pan barato. Me gustan así de retorcidos, de listos y de enamorados. Para que les guste mucho que yo les coma la polla y que se acuerden de mí cuando se la coman otras… yo no dejaba de tocar la polla aquella que ya se había vaciado… Soy de mimar, querer y tocar… Y aquella polla era preciosa, por mucho que estuviera ya arrugada, como su cara, como sus manos, como todo él.
Me había corrido en su mano y él se había corrido en mi boca… Quise más y lo dije.
— Quiero que me comas el coño, Gastrocrítico… Quiero que me lo comas. Sea como sea, tendrás que comérmelo.
Empezó a reírse… “No tenía pensado, cierto”.
—No, pero tampoco te la habían comido tantas veces así de bien en la calle. Que en una cama es más fácil. Pero me has visto el coño mientras te la chupaba…
Me has visto masturbarme.
Y esa imagen se te ha quedado grabada…
Ahora, cómeme el coño.
El bar en el que entramos es uno en el que ponen vermút de grifo. Pidió los dos vermúts con dos gildas y me enganchó de la mano arrastrándome hasta el baño. Entramos en el suyo, echó el pestillo, dejando el urinario libre y me metió en uno. Me puse de cuclillas sobre el váter… Como en la calle, pero haciendo equilibrios. El Gastrocrítico hundió su cabeza entre mis piernas, abriéndomelas con las manos, separando los labios con los dedos. Comiéndome el coño, comiéndomelo… Saboreando cada movimiento que yo hacía en respuesta a sus lametones. Pasó la lengua por el culo bien. Todo lo bien que pudo. Metió los dedos y lamió en el epicentro, reverberándose la sangre, hinchando mi pellizco de carne.
“Venga, Zorrita, venga… Querías que claudicara e hincara, ahora quiero que te corras en mi boca”
Me puso tan cachonda, tan cachonda.
Me gustó ver la lengua raspándome, bebiéndome, besándome…
Me gustó ver al pedazo de señor, comiéndome el coño.
Yo había repasado mis ingles con esencia de ámbar gris, para que me recordara para siempre por el olor… Ël metía los dedos, lamía, tocaba y saboreaba.
Y yo quería saber el veredicto…
Sigue.. Sigue… Sgue ahí… Ahí, cómetelo… Cómetelo…
Me corrí. Empape su cara y sus surcos en ella, me corrí. Apoyó la mano para notar los golpetazos de la sangre. Y, entonces, lo dijo…
“Sabes a miel… No sé cómo lo haces, pero sabes dulce…
Eres la mejor merienda de esta semana…”
Me gustó escuchar aquello.
Qué buena crítica, amigo.
Me encantó leer su merienda de aquella semana. Recordaba unas magdalenas de trigo y maíz con el centro repleto de miel, hechas al horno a baja temperatura… dijo que morderlas era la mejor de las perdiciones.. Y por eso supe que al Gastrocrítico le había gustado mi sabor…
Que lo mismo no era miel, pero le supo a gloria…
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