9 a.m.
5 galletas Walker’s
3 minutos de meditación.
25 minutos en Instagram.
Sinceramente, no creo que nunca nadie haya estado tan casada como lo estoy yo ahora mismo. Estoy tan cansada que al respirar me duelen las costillas. Tanto que veo puntitos delante de la pantalla del ordenador.
Anoche, como no podía dormir, me puse el podcast de una exasesora política que, además de ayudar a otras mujeres a expandir sus negocios, estaba empeñada en afirmar que hoy en día decir que eres mujer es equivalente a decir que eres una marca personal. Al parecer, las mujeres no tenemos suficientes problemas con la depilación integral, el recuento de óvulos, dormir o con un ojo abierto en los festivales para que no nos violen. A las tres de la mañana, el mayor problema al que nos enfrentamos las mujeres es a saber cuál es nuestro público objetivo.
Me imaginé diciéndole unas cuantas cosas. Incluso tuve el impulso de escribirle una carta. No un e-mail, ni un mensaje directo de Instagram. Las cosas que yo le quería decir a esa mujer solo se pueden decir con elegancia por carta. Después estuve analizando el Instagram de Oprah Winfrey y tengo que decir una cosa: si alguien sabe de marca personal es Oprah. Por cierto, no conozco ningún hombre que se encargue de ayudar a los hombres a expandir sus negocios. Nota mental: mirar si no hay hombres que ayuden a otros hombres porque los hombres no necesitan ayuda o se debe a que esa mujer piensa que un negocio puesto en marcha por una mujer, necesita un tipo de ayuda más cercano a la terapia que veíamos en Sexo en Nueva York durante la hora del desayuno, que a los consejos financieros.
A las cuatro me fui al sofá. Las luces de Navidad que tengo encendidas todo el año alrededor de la ventana parpadeaban nerviosas. Me quedé dormida con un cojín debajo de la cabeza y un brazo encima de Los Diarios de Silvia Plath. A quien, por cierto, no le hubiese venido mal saber algunas cosas sobre marca personal. Se suicidó apenas un mes después de que se publicase La Campana de Cristal.
Estuve durmiendo hasta eso de las cinco, y entonces me levanté, me duché, hice un smoothie de brócoli, aguacate, espinacas, espirulina, cúrcuma, pimienta, aceite de coco y semillas de lino. Me lo bebí y en el mismo momento en el que una arcada hizo que mi estómago se moviera como un cuerpo reanimado por un electroshock, D. me llamó desde el gimnasio.
¿Quieres un café?
¿No tenías que trabajar?
Técnicamente sí, pero puedo recuperar el tiempo por la tarde.
Vale, un café pero no pienso tomar tostadas. Las tostadas sin gluten del Panorama están hechas con una harina deplorable.
Deplorable es una palabra que suelo usar cuando estoy agotada. También uso fantástico. Si no tengo fuerzas ni para levantar el cepillo de dientes, todo es fantástico.
Cuando D. llegó del gimnasio yo me había pintado los labios y tenía el bolso de la mano para salir a tomar un café. Por desgracia, en la cafetería había tanta cola que, de haber esperado, D. hubiese tenido que trabajar hasta la noche de Navidad sin descanso. Los trabajadores del Panorama tienen cara de haber desayunado un ramen y encontrarse en proceso de digerir los huevos marinados en soja. Aunque tengo que decir que, normalmente, no me importa. Sigo yendo porque me conocen y aunque muchas veces se equivocan, se lo perdono. Cuando se trata de cafeterías es mejor tener amigos que enemigos.
Volvimos a casa abrazados. Cuando estoy agotada abrazo a D. y le doy besos que suenan. Justo uno de los que le estaba dando cuando nos cruzamos con nuestro casero, que salía del apartamento de Vivian. Nos ha mirado riéndose. Supongo que por el sonido. Sí, he tenido ganas de decirle: soy yo, la que en algún momento tendrá que buscar un alquiler más barato en una urbanización sin piscina. Como diría Vivian, un plan nada fantástico.
Tamara Tossi ©
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