En las pugnas geopolíticas se emplean con profusión los instrumentos económicos. La guerra económica es una herramienta estratégica en los conflictos internacionales, utilizada para desestabilizar y debilitar a las naciones enemigas, más allá de las acciones militares o en combinación con éstas. Emplea acciones económicas como sanciones, aranceles, bloqueos comerciales o ataques a las infraestructuras económicas, con el objetivo de causar un impacto significativo en el desarrollo y la estabilidad de un país.
En estos días, el conflicto entre Israel e Irán ha trascendido los límites de lo militar para integrarse en la esfera económica. Irán, cuya economía ya enfrentaba dificultades debido a sanciones internacionales y una gestión interna problemática, ha visto cómo los ataques dirigidos contra sus principales fuentes de ingresos han agravado su situación. Los yacimientos de gas y las refinerías de petróleo, pilares de la economía iraní, han sido blancos de ataques que han causado daños irreparables, reduciendo la capacidad del país para generar ingresos y sostener su economía.
La destrucción de infraestructura estratégica no solo genera pérdidas inmediatas, sino que también tiene un efecto dominó que repercute en todos los sectores económicos. Los ingresos generados por el petróleo y el gas no solo sostienen el presupuesto nacional, sino que también son esenciales para el comercio internacional y el desarrollo interno. Con la eliminación progresiva de estas fuentes, la capacidad de Irán para financiar sus operaciones nacionales e internacionales se ve comprometida, aumentando su vulnerabilidad frente a sus adversarios.
En otro frente, Estados Unidos, bajo el liderazgo de Donald Trump, adoptó medidas de guerra económica para recuperar su posición como potencia mundial. La economía estadounidense enfrentaba desafíos, entre ellos la competencia global, el déficit comercial y la pérdida de producción en sectores clave. Para abordar estas cuestiones, Trump implementó estrategias centradas en el fortalecimiento económico a través de medidas como la imposición de aranceles y restricciones comerciales.
Los aranceles, dirigidos principalmente contra China y otros socios comerciales, buscaban reducir el déficit comercial y fomentar la producción nacional. Esta medida, aunque controvertida, pretendía revitalizar sectores como la manufactura y proteger a las empresas estadounidenses de lo que el gobierno consideraba competencia desleal. Sin embargo, el impacto de estas acciones ha sido mixto. Si bien algunos sectores han mostrado signos de recuperación, otros han sufrido la presión de los costos elevados y las represalias de los socios comerciales afectados.
La guerra económica no solo afecta a las naciones directamente involucradas, sino que también tiene implicaciones globales. En el caso del conflicto entre Israel e Irán, la estabilidad energética mundial se ha visto amenazada, afectando los precios del petróleo y el gas. La incertidumbre generada por estos ataques ha impulsado fluctuaciones en los mercados internacionales, perjudicando tanto a las economías en desarrollo como a las avanzadas. Por ejemplo, los países de la UE, que ya afrontan una delicada situación económica, ésta se puede ver agravada con el incremento del precio de los hidrocarburos.
En definitiva, la guerra económica se ha convertido en un instrumento poderoso y multifacético que redefine las reglas de los conflictos internacionales. Mientras que países como Israel e Irán utilizan estrategias destructivas para debilitar a sus adversarios, EEUU opta por jugar con las reglas económicas para proteger sus intereses y recuperar su fortaleza.
Daniel Lacalle, muy conocido y prestigioso economista, profundiza en estos temas, y se centra en hacer un pronóstico de las derivadas económicas mundiales de la guerra abierta entre Israel e Irán.