Había una vez, en un pequeño pueblo enclavado entre montañas cubiertas de niebla, una joven llamada Isabela. Desde que tenía uso de razón, Isabela soñaba de manera peculiar. No era como los demás; su mente se sumergía en mundos ajenos a la realidad, mundos donde las estrellas brillaban con colores desconocidos, donde las criaturas se comunicaban sin palabras y donde los paisajes cambiaban como el fluir del agua en un río.