Si algo está claro hoy en España es que quién manda, el ‘capo’, es Puigdemont.
Y la incógnita, la pregunta que se hacen muchos, es cuándo decidirá el facineroso apretar el ‘botón nuclear’, volar el Gobierno Frankenstein y echar de La Moncloa al socialista Sánchez.
Da igual lo atolondrados, sectarios, flojos y xenófobos que sean los de Junts.
El caso es que han inaugurado la legislatura choteándose del PSOE y haciendo tragar a su jefe medidas pasmosas, como la cesión del control de las fronteras o la penalización a las empresas que huyeron del ‘procés’ y no quieren volver a Cataluña.
Han pedido eso, pero podrían haber exigido hasta que los goles del Barça valgan doble, porque tienen a Sánchez agarrado por las pelotas y le sacarán lo que quieran.
Desgranado el ‘lamento nuestro de cada día’, viene la admonición.
Mal haríamos los españoles, los que creemos en la Nación, estamos orgullosos de nuestra Historia y asumimos conceptos como Patria o Familia, en confiar nuestro futuro a estos malandrines.
Como me decía hace unos días aquí Alejandro Fernández, corajudo líder del PP en Cataluña, Puigdemont y su banda son tóxicos y sería letal acerarse a ellos, incluso para acabar con la peste sanchista.