«Hay un no sé qué espiritual en su música […] en su lucha hay bondad y ternura, pero esa lucha es intensa y feroz. Es posible escuchar a #Coltrane y decirse: "Oh, Dios mío, en su sonido no hay más que cólera y enfado, no es capaz de imponer orden en ese caos enfurecido"»
Pese a todo lo que se haya dicho y escrito, la sensación sigue ahí: ¿Qué movía realmente toda aquella música, a veces serena, a veces angustiosa, por momentos piadosa, en ocasiones diabólica? ¿Qué latía dentro de aquel vacilante y hermético hijo de Hamlet que llegó a convertirse en la voz suprema del jazz? 2 . ¿Por qué tanta confusión y tanta luz, tanta tensión y tanta liberación? ¿Qué dio lugar a semejante mezcla de instinto y forma, de violencia y belleza? ¿Por qué tanta afirmación y tanto vacío? ¿Es posible componerse y descomponerse en un solo gesto musical? ¿Por qué, en definitiva, Coltrane acabó siendo un «gigante que se destroza a sí mismo»