La primera vez que hice la meditación caminando fue en Tailandia. En un Monasterio Theravada de la provincia de Chiangmai. No tenía ni idea del mundo que se iba a abrir frente a mis ojos, dentro de mí.
Recuerdo que mi instructor, Tanat, me preguntó un día. ¿Puedes relacionar el meditar de esta forma con algún aspecto de tu vida? Por supuesto que sí, le dije. Cada paso que damos en esos interminables segundos en los que el pie parece estar suspendido en el aire, moviéndose casi imperceptiblemente, me recuerda esos momentos en la vida en los que me siento vulnerable, sin una red debajo de mi que me atrape si me caigo, y luego viene el gran descubrimiento de que en realidad no necesito esa red física aunque tenga la Creencia de que sí.
Solo es parte del camino de seguir estando en Atención Plena, presente y experimentando el Todo en profundidad. Así fue como descubrí y me enamoré del infinito mundo de meditar caminando y así es como sigo amándolo y sigo descubriendo cosas nuevas cada día mientras lo practico.