Apocalipsis 21:1-8 RVA2015:
Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe más. Y yo vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén que descendía del cielo de parte de Dios, preparada como una novia adornada para su esposo. Oí una gran voz que procedía del trono diciendo: “He aquí el tabernáculo de Dios está con los hombres, y él habitará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. No habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas ya pasaron”. El que estaba sentado en el trono dijo: “He aquí yo hago nuevas todas las cosas”. Y dijo: “Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas”. Me dijo también: “¡Está hecho! Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tenga sed, yo le daré gratuitamente de la fuente de agua de vida”. “El que venza heredará estas cosas; y yo seré su Dios y él será mi hijo. Pero, para los cobardes e incrédulos, para los abominables y homicidas, para los fornicarios y hechiceros, para los idólatras y todos los mentirosos, su herencia será el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”.
Este es uno de los capítulos donde se nos permite tener una ventana de lo que será estar en la gloria del Señor. Juan describe la visión gloriosa acerca de los privilegios y recompensas que vamos a experimentar cuando lleguemos ante la presencia de Dios y entremos a la ciudad celestial, la nueva Jerusalén. Por ahora solamente podemos imaginarnos cómo será habitar bajo cielos nuevos y tierra nueva: Ya no habrá divisiones, peleas, robos, injusticias, maltratos, dolor, angustias. No habrá enfermedad, luto, traiciones, decepciones. Nadie va a llorar porque será consolado por la eternidad por el Señor. Las injusticias se olvidarán porque la alegría de estar ante el Señor superará el dolor sufrido en la tierra.
El Señor mismo confirma la visión diciéndole a Juan que escriba bien estas cosas para que nos queden a nosotros de memoria para que recordemos la herencia que el Señor nos tiene preparada. Aquel que es el Primero y el Último, el que vino a este mundo, murió, y resucitó al tercer día, el que ahora está llenando los cielos, la tierra y nuestros corazones, ha prometido un lugar celestial para todos aquellos que hayan vencido las pruebas, las tentaciones, y hayan vivido una vida justa y recta, que han combatido peleando la buena batalla de la fe y hayan vencido al mundo, al diablo y a los deseos de la carne.
Ese lugar va a ser tan hermoso que ya no va a existir un templo para reunirnos a alabar a Dios porque ¡Dios mismo será el templo! Él mismo nos va a cubrir con su gloria y su poder. ¿Has tenido la experiencia de sentir la presencia de Dios cuando vamos a la iglesia a adorar a Dios? ¿Has sido lleno del espíritu Santo y has sentido el gozo de tu salvación? Ahora, imagínate esa misma sensación, pero ¡por toda la eternidad!
Muchas veces esperamos el día para asistir al templo o asistir a un retiro espiritual porque sabemos que allí se mueve la presencia de Dios cuando cantamos y oramos juntos o cuando el pastor y los líderes imponen manos sobre nosotros. Después de la reunión vamos a nuestras casas, lugares de trabajo o a la universidad, y sabemos que tenemos que luchar continuamente con ataques, injusticias, burlas y menosprecios. Por eso anhelamos tanto que lleguen los días o las noches cuando nos reunimos juntos. Pero ese mover del Espíritu Santo es una pequeña prueba, un pedacito de una experiencia celestial aquí en la tierra para que nos animemos a ser fieles al Señor, porque lo que nos espera en el cielo es sentir eso mismo pero ¡por toda la eternidad! Ya no vamos a necesitar ayunar y orar para entrar a la presencia de Dios porque ya estaremos allí y ¡nada ni nadie nos podrá separar de su gloria! Solamente vamos a cantarle y adorarle por siempre y para...