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Jeremías 20 cierra la primera gran sección del libro: después de muchos llamados al arrepentimiento, el pueblo ha cruzado el “punto de no retorno” y el énfasis se vuelve casi exclusivamente juicio. Pasur, sacerdote y falso profeta, responde al mensaje de Jeremías con azotes y cepo, tratándolo como delincuente y exhibiéndolo públicamente para silenciar la Palabra de Dios. Pero Dios invierte la situación: cambia el nombre de Pasur a Magor-Misabib (“terror por todas partes”) y anuncia que él y los suyos serán llevados a Babilonia y morirán en deshonra por haber profetizado mentira.
Luego vemos el corazón desnudo de Jeremías: delante de Dios se queja, se siente engañado, desea dejar de hablar, pero la Palabra arde como fuego en sus huesos y no puede callar. Escucha burlas, incluso de sus amigos, y se pregunta si vale la pena seguir. Al derramar su corazón en oración, su mirada se eleva: reconoce a Dios como poderoso gigante, vuelve a confiar en su justicia y termina cantando. Sin embargo, la lucha continúa: maldice el día de su nacimiento y se pregunta “¿para qué nací?”. La respuesta está en su llamado (Jer 1) y en la verdad de Romanos 8: Dios lo conoció, lo escogió, lo santificó y está usando todo —incluida la persecución— para formar la imagen de Cristo en él. Nada podrá separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús.
By Semilla de Mostaza México4.9
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Jeremías 20 cierra la primera gran sección del libro: después de muchos llamados al arrepentimiento, el pueblo ha cruzado el “punto de no retorno” y el énfasis se vuelve casi exclusivamente juicio. Pasur, sacerdote y falso profeta, responde al mensaje de Jeremías con azotes y cepo, tratándolo como delincuente y exhibiéndolo públicamente para silenciar la Palabra de Dios. Pero Dios invierte la situación: cambia el nombre de Pasur a Magor-Misabib (“terror por todas partes”) y anuncia que él y los suyos serán llevados a Babilonia y morirán en deshonra por haber profetizado mentira.
Luego vemos el corazón desnudo de Jeremías: delante de Dios se queja, se siente engañado, desea dejar de hablar, pero la Palabra arde como fuego en sus huesos y no puede callar. Escucha burlas, incluso de sus amigos, y se pregunta si vale la pena seguir. Al derramar su corazón en oración, su mirada se eleva: reconoce a Dios como poderoso gigante, vuelve a confiar en su justicia y termina cantando. Sin embargo, la lucha continúa: maldice el día de su nacimiento y se pregunta “¿para qué nací?”. La respuesta está en su llamado (Jer 1) y en la verdad de Romanos 8: Dios lo conoció, lo escogió, lo santificó y está usando todo —incluida la persecución— para formar la imagen de Cristo en él. Nada podrá separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús.

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