Hoy estaremos leyendo Levítico 13-14, Marcos 8 y el Salmo 36. Comenzamos con Levítico 13 y 14, donde Dios da instrucciones sobre la lepra, una enfermedad que en la Biblia simboliza el pecado y la impureza. En Levítico 13, se establecen normas para identificar la lepra en el cuerpo y en las vestiduras. Aquellos que eran declarados impuros debían vivir aislados hasta que fueran sanados, lo que nos muestra cómo el pecado nos separa de la comunión con Dios y con los demás.
En Levítico 14, Dios establece un proceso de purificación para los leprosos que han sido sanados. En el versículo 7, el sacerdote rociaba con sangre al leproso y declaraba su restauración:
"Después soltará el ave viva en campo abierto. De esa manera el sacerdote realizará la purificación del que se está sanando de la lepra"(Levítico 14:7, NTV).
Este ritual apunta a Jesús, quien derramó Su sangre para limpiarnos del pecado y darnos una nueva vida. Así como la lepra simbolizaba la impureza, el pecado nos contamina, pero Cristo nos purifica y nos restaura completamente. Reflexiona: ¿Estás permitiendo que Jesús limpie tu vida del pecado y te restaure a una relación plena con Dios?
Pasamos ahora a Marcos 8, un capítulo lleno de enseñanzas profundas sobre quién es Jesús y cómo debemos responder a Él. Comienza con la segunda multiplicación de los panes y peces, donde Jesús alimenta a cuatro mil personas con tan solo siete panes y unos pocos peces. En el versículo 8, dice:
"Todos comieron cuanto quisieron y después los discípulos recogieron siete canastas grandes con los sobrantes"(Marcos 8:8, NTV).
Esto nos muestra que la provisión de Jesús no solo es suficiente, sino abundante. Sin embargo, a pesar de este milagro, los fariseos exigen una señal, demostrando su incredulidad.
Más adelante, Jesús pregunta a Sus discípulos quién dice la gente que es Él, y Pedro responde:
"Tú eres el Mesías"(Marcos 8:29, NTV).
Jesús confirma Su identidad, pero inmediatamente les habla sobre Su sufrimiento y muerte, enseñándonos que seguirlo implica rendición y sacrificio. En el versículo 34, dice:
"Si alguno de ustedes quiere ser mi seguidor, tiene que abandonar su propia manera de vivir, tomar su cruz y seguirme"(Marcos 8:34, NTV).
Esto nos desafía a reconocer a Jesús no solo como Salvador, sino como Señor, y a vivir en completa entrega a Él.