Pasamos una parte de la vida queriendo tener más años, deseando ser mayores y otra parte quitándonos años, deseando rejuvenecer. Hay personas que ocultan la edad, se restan años cuando se les pregunta por los que tiene. La juventud se ha convertido en la aspiración deseable por naturaleza.
He escuchado a Carl Honoré, escritor y estudioso del paso de la edad, el cual nos invita a reflexionar primero, y a impregnarnos de optimismo después, sobre esta cuestión tan irremediable y vital. Viene a decir que vivimos en una sociedad, en un mundo marinado en el culto a la juventud, donde joven es igual a mejor, donde envejecer se ve como una maldición, donde ser mayor puede significar ser excluido. Venerar la juventud y denigrar el envejecimiento hace que se envejezca peor. Se empiezan a adelantar síntomas de dolor, de pérdida de memoria. Anticipamos nuestro calvario. Nos advierte también, sobre todas las puertas sin abrir y caminos sin recorrer porque una voz nos dice: “Estoy viejo para esto” y lo dejamos de experimentar. Esa voz que nos dice también: estoy fuera de lugar, dedícate a algo acorde a la edad que tienes.