Podcasts basado en la entrevista realizada por José Félix Abad a Joan Castaño, autor de “Notes sobre el convent de Sant Josep d’Elx (1561-1835)”. Rella, La, no. 36, pp. 79-105.
La visión tradicional de los conventos como espacios cerrados y ajenos a la vida cotidiana se desvanece ante estudios que evidencian la profunda interacción entre frailes y población en la España del siglo XVIII. Lejos del aislamiento, los franciscanos se integraban activamente en la sociedad, siendo los conventos núcleos de asistencia, enseñanza y cohesión social.
El libro de Vicky Hayward sobre el Nuevo Arte de la Cocina Española de Juan Altamiras ilustra esta realidad mediante la cocina conventual, concebida no solo como sustento para la vida monástica, sino como instrumento de vínculo con la comunidad. Altamiras escribía sus recetas pensando en una audiencia más amplia, ofreciendo platos sencillos y accesibles también a las clases populares. Compartir conocimientos culinarios, alimentar al necesitado y educar desde los fogones era una forma de ejercer su vocación.
Los frailes también acogían a viajeros y enfermos, y participaban en celebraciones religiosas y cívicas, reforzando el tejido social mediante festividades, procesiones y rituales. Su influencia alcanzaba los hábitos alimentarios locales, especialmente en tiempos de ayuno o escasez. En situaciones de crisis —hambrunas, epidemias o guerras— los conventos ofrecían auxilio material, actuando como pilares de solidaridad.
El Caso Particular de Elche
En la Villa de Elche, esta interacción fue especialmente significativa. A pesar de la escasa documentación conservada, los datos disponibles —procedentes del Archivo Histórico Municipal y de trabajos del historiador Joan Castaños— permiten esbozar una relación constante entre los frailes del convento de San José y la sociedad ilicitana.
Estos religiosos oficiaban misa en diversas partidas rurales y tenían asignada la iglesia de San Juan en el Raval. El arraigo de santos franciscanos como San Francisco de Asís en El Altet, Santa Ana en Valverde y la Inmaculada Concepción en Torrellano revela la huella espiritual de los frailes en el campo. Su presencia en ermitas rurales para celebrar misa está atestiguada desde el siglo XVII, aunque a menudo dependía de las condiciones físicas, como la accesibilidad cuando la rambla cortaba caminos.
El convento mantenía una estrecha relación con la población a través del intercambio de alimentos y la asistencia a los pobres. Los frailes participaban en procesiones, rogativas y entierros solemnes. Muchos ilicitanos deseaban ser enterrados en la iglesia conventual, y lo dejaban escrito en testamentos, junto con legados para el sostenimiento del convento. Este, además, recibía apoyo económico del señor de Elche y del Ayuntamiento.
Contaban con un huerto propio —el Huerto de San José— y un pequeño rebaño, aunque no poseían grandes propiedades agrícolas. Sus libros de cuentas, aunque fragmentarios, revelan una dieta variada: pan, magra, pescado, vino, garbanzos, arroz, azúcar, chocolate o embutidos, entre otros. Compraban productos en mercados locales y también en otras ciudades. Las fiestas mayores, como San José o Navidad, se celebraban con dulces y comidas especiales.
El convento, fundado como reforma alcantarina gracias al impulso de la marquesa de Elche, albergaba a unos treinta frailes en los siglos XVIII y XIX. Su biblioteca, de unos 1.500 volúmenes, fue desmantelada tras la desamortización y vendida a peso por el Ayuntamiento a principios del siglo XX.
Así, aunque los registros sean limitados, los indicios permiten afirmar que los franciscanos del convento de San José desempeñaron un papel activo y constante en la vida religiosa, social y alimentaria de Elche. Su integración reflejaba en lo local la vocación de servicio y comunidad que la cocina de Altamiras simboliza en lo general.