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«Nadie enganchó su carro a una estrella con más firme propósito de alcanzar la meta, sean cuales fueren la altura y la dificultad del camino, que José Martí.... Hombre de vastísima cultura... era, sin embargo, de origen humilde, de familia modestísima.
»Su padre, Mariano Martí, vino a Cuba, de Valencia, como soldado. España recompensaba el servicio de Ultramar con buen sueldo y ascenso rápido. No tardó en llegar a oficial subalterno de artillería. Después de dos años, se casó con una joven canaria, Leonor Pérez. Su primer hijo, José Martí, nació en La Habana el 28 de enero de 1853.
»Más tarde fue transferido Mariano de la artillería al cuerpo de policía, y así, por ironía de la suerte, José Martí, el archirrebelde, el conspirador, empezó su vida como hijo de oficial español de policía.»
Así, en la obra titulada El Martí que yo conocí, comienza Blanche Zacharie de Baralt a describir la relación que tuvo José Martí con su padre Mariano. José, apodado Pepe, no había aún cumplido los diecisiete años cuando «fue condenado a seis meses de trabajos forzados [por haber escrito]... folletos donde exponía los agravios de los cubanos y una carta [en oposición] a las milicias españolas. Vistieron al adolescente... con el traje de presidiario [y] le impusieron un cinturón de hierro del cual pendía una pesada cadena, remachada a un grillete en el tobillo, de modo que cada paso que daba era una tortura. Lo asignaron a una cuadrilla que trabajaba desde la madrugada hasta la caída de la tarde, en las canteras, bajo el ardiente sol tropical, apaleándolo cuando sus fuerzas flaqueaban.
»[Su padre] Mariano, desolado de pensar que un guardián de la paz [como él], en nombre del rey, tuviese un hijo insurrecto, tenía, no obstante, el corazón lacerado por los sufrimientos del muchacho. Él y su angustiada esposa imploraban la clemencia oficial. Día por día buscaban quien pudiera influir en las autoridades en favor de su hijo, hasta que, por fin, después de muchos meses afanosos, logró Mariano que un amigo influyente se condoliese de la juventud y de los sufrimientos del reo, consiguiendo que fuese conmutada la pena de presidio por la de exilio [en España].»1
Gracias a Dios, todos podemos recurrir así mismo a Uno que aboga por nosotros hasta hoy, implorándole clemencia en nuestro favor. Se trata de su Hijo Jesucristo, quien dio su vida como rescate por todos y es el único Mediador entre Dios el Padre y cada uno de nosotros.2 De ahí que cuando uno de sus discípulos, Tomás, le preguntó cómo podían ellos conocer el camino que conduce al hogar de su Padre, Jesús le respondió: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al Padre sino por mí.»3
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net
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«Nadie enganchó su carro a una estrella con más firme propósito de alcanzar la meta, sean cuales fueren la altura y la dificultad del camino, que José Martí.... Hombre de vastísima cultura... era, sin embargo, de origen humilde, de familia modestísima.
»Su padre, Mariano Martí, vino a Cuba, de Valencia, como soldado. España recompensaba el servicio de Ultramar con buen sueldo y ascenso rápido. No tardó en llegar a oficial subalterno de artillería. Después de dos años, se casó con una joven canaria, Leonor Pérez. Su primer hijo, José Martí, nació en La Habana el 28 de enero de 1853.
»Más tarde fue transferido Mariano de la artillería al cuerpo de policía, y así, por ironía de la suerte, José Martí, el archirrebelde, el conspirador, empezó su vida como hijo de oficial español de policía.»
Así, en la obra titulada El Martí que yo conocí, comienza Blanche Zacharie de Baralt a describir la relación que tuvo José Martí con su padre Mariano. José, apodado Pepe, no había aún cumplido los diecisiete años cuando «fue condenado a seis meses de trabajos forzados [por haber escrito]... folletos donde exponía los agravios de los cubanos y una carta [en oposición] a las milicias españolas. Vistieron al adolescente... con el traje de presidiario [y] le impusieron un cinturón de hierro del cual pendía una pesada cadena, remachada a un grillete en el tobillo, de modo que cada paso que daba era una tortura. Lo asignaron a una cuadrilla que trabajaba desde la madrugada hasta la caída de la tarde, en las canteras, bajo el ardiente sol tropical, apaleándolo cuando sus fuerzas flaqueaban.
»[Su padre] Mariano, desolado de pensar que un guardián de la paz [como él], en nombre del rey, tuviese un hijo insurrecto, tenía, no obstante, el corazón lacerado por los sufrimientos del muchacho. Él y su angustiada esposa imploraban la clemencia oficial. Día por día buscaban quien pudiera influir en las autoridades en favor de su hijo, hasta que, por fin, después de muchos meses afanosos, logró Mariano que un amigo influyente se condoliese de la juventud y de los sufrimientos del reo, consiguiendo que fuese conmutada la pena de presidio por la de exilio [en España].»1
Gracias a Dios, todos podemos recurrir así mismo a Uno que aboga por nosotros hasta hoy, implorándole clemencia en nuestro favor. Se trata de su Hijo Jesucristo, quien dio su vida como rescate por todos y es el único Mediador entre Dios el Padre y cada uno de nosotros.2 De ahí que cuando uno de sus discípulos, Tomás, le preguntó cómo podían ellos conocer el camino que conduce al hogar de su Padre, Jesús le respondió: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al Padre sino por mí.»3
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