Después de almorzar, el joven Dogen recorrió un largo pasillo con suelo de piedra. Mientras caminaba, vio a un sacerdote anciano secando champiñones al sol. Se trataba de un cocinero al que se le había encomendado la tarea de cocinar para los monjes que practicaban. Estaba realizando su trabajo bajo un sol abrasador, con el sudor resbalándole por la frente. Parecía increíblemente cansado mientras hacía su trabajo pero, a pesar del cansancio y el sudor, estaba colocando los champiñones en una fila perfecta. El viejo sacerdote tenía la espalda muy curvada y sus cejas eran tan blancas como las plumas de una grulla.
Al ver el aspecto del viejo sacerdote, Dogen se sorprendió a sí mismo preguntándole la edad. "Sesenta y ocho", respondió él. Inmediatamente, Dogen quiso saber: "Con esa edad, ¿por qué no descansa y le pide a uno de los monjes jóvenes en práctica o a un sirviente que le ayude?". Sin dejar de trabajar, el hombre respondió: "Los otros no son yo" (si alguien más lo hiciera, no sería yo quien lo hubiera hecho).
Incluso después de oír eso, el joven Dogen seguía sin entenderlo. Le volvió a preguntar: "Es cierto, ¿pero por qué tiene que hacerlo justo ahora, cuando el sol es tan abrasador?". La espalda encorvada del viejo cocinero se enderezó al mismo tiempo que su cara, con las cejas tan blancas como las plumas de una grulla, se volvía para mirar al joven preguntón. Con aire dignificado respondió: "No hay más tiempo que el ahora" (los champiñones solo pueden secarse ahora, cuando el sol está en el punto más alto. ¿Cuándo debería secarlos, sino ahora?). Estas dos respuestas causaron un gran impacto en Dogen. No hay duda de que esas palabras reflejaban la forma de práctica que había seguido el viejo cocinero y la forma de vida Zen.