Antes, cuando vivíamos en la normalidad teníamos rituales establecidos, rutinas, ritmos, tanto en nuestra vida, como en nuestra casa, y también en la iglesia. Cómo, cuándo y por qué nos veíamos o nos reuníamos era algo que prácticamente se daba por hecho. A partir del confinamiento, muchos de nuestros ritmos se han visto alterados. Mucho se ha diluido o, mejor dicho, la forma en la que lo hacíamos... Es decir, la liturgia, el ritual. Sin los rituales que nos visten, nuestro corazón ha quedado descubierto y cuestionamos el sentido de lo que hacemos. ¡Es tiempo de profundizar hasta el corazón del ritual!