Un hombre común de la Belén del siglo XI a. C. entiende que no es suficiente con cumplir la ley de Dios, que se puede ir más allá, que se puede cumplir el espíritu de la ley de Dios aun en los casos no mencionados de forma explícita en la ley de Dios.
Sin esperar nada a cambio, él provee sustento, protección, compañía, consuelo, palabra, amistad, dignidad, abundancia, apoyo emocional, empatía... ¿Cómo puede una misma persona proveer tantas cosas? ¿Qué tiene que ver la provisión de Dios con las personas que me rodean, o conmigo mismo?