Dios hace cosas extraordinarias y fuera de lo común, pero las hace en una forma bien simple. Para comunicarse con nosotros nos mandó un mensajero de carne y hueso quien, siendo inocente, murió y resucitó por nuestros pecados, dándonos perdón y paz. Con la misma simpleza, ese mensajero resucitado nos encomendó a nosotros, sus discípulos, la tarea de llevar su paz a toda criatura.