Dios nos puso en su viñedo para que produzcamos frutos. Él sabe que somos pecadores y que, si no somos abonados y regados, nada bueno podemos hacer. El sacrificio de Jesús en la cruz por nuestros pecados, y su victoriosa resurrección de los muertos, es la pala de Dios que nos plantó en el huerto y que cava a nuestro alrededor para abonarnos y mantenernos en su reino.