La doctrina protestante suele resumirse aludiendo a la doctrina de las "Cinco Solas": "sola scriptura", sólo por medio de la Escritura, de la Biblia; "sola fide", sólo por la Fe nos salvamos; "sola gratia", sólo la Gracia de Dios salva; "solo Christo", sólo a través de Cristo se salva el hombre, Él es el único mediador por nosotros ante Dios; y "soli Deo Gloria", sólo la Gloria pertenece a Dios, a su voluntad y acción.
Con tales fundamentos, la consecuencia (teo)lógica es que no depende ni de la voluntad ni del obrar del hombre el salvarse, luego "está predestinado". Y es aquí donde surge la gran querella entre los reformadores, básicamente entre el calvinismo (acerca de Juan Calvino [1509-1564], oígase, en este mismo canal, audio previo) y la doctrina posterior mucho menos rígida arminiana (de Jacobo Arminio, en neerlandés, Jacob Harmenszoon [1560-1609]).
La pregunta que surge, por tanto, es clave: dado un hombre predestinado entre los elegidos por Dios, ¿podría cambiar durante su vida, por su voluntad o conducta, activa u omisiva, esa condición? ¿Se podría perder la salvación? Si la respuesta fuera afirmativa, ¿no daría margen ello para volver al libre albedrío siquiera en su vertiente negativa, en cuanto contraria a la determinación divina? ¿Donde quedarían, entonces, la "sola fe" y la "sola gracia"?
Por el contrario, desde la doctrina más ortodoxa, calvinista si se prefiere, podría siempre alegarse la omnisciencia de Dios, y su voluntad de total fecunda potencia, inescrutables ambas de suyo y en su justa dimensión para los hombres. Con lo que en realidad el destino de ese tal individuo nunca habría sido "el salvarse"; nunca se habría hallado "entre los elegidos".