“billete, billete, billete, tamales, tamales” esa constante voz de los vendedores ambulantes era casi más importante que el tan tan tan de las campanas que llamaban a la iglesia, era el barrio, era el tráfico de guaguas, las señoras conversando en las esquinas, las vitrolas emitiendo sus danzones, mientras los hombres en los bares tomaban cerveza y jugaban a los dados..