Los relojes se apilaban en su armario, su vejez, la testaruda y la prórroga, se llenaban de polvo, su esposa lo vio, y lo redujo hace años a la habitación de servicio. Era la tarde del 7 de septiembre de 1998 y Martín Figueroa arreglaba su viejo reloj de péndulo. Tic-taac, tic-taac, tic-taac. Afuera estaba lloviendo. El funcionamiento simétrico del escape presentaba fallas.